martes, diciembre 11, 2012

Pesebres para conjurar el miedo



Pesebres para conjurar el miedo

En Petecuy I, donde en 2012 se han registrado 41 homicidios, un escritor y varios líderes de la Junta de Acción Comunal decidieron construir un pesebre en cada cuadra para silenciar el sonido de las balas con villancicos. Historia de valientes.

Por santiago cruz hoyos
reportero de el país

Se llama Gustavo Andrés Gutiérrez. Es escritor. Como no tiene plata para imprimir sus libros, él mismo los hace, en cartón. Sus tirajes pueden llegar, si mucho, a los 50 ejemplares. No importa. Son libros bellos. No solo por el contenido de sus cuentos, novelas, crónicas. También porque los diseña y los edita como si fueran objetos de arte, una artesanía de la literatura.



En Petecuy I, el barrio donde vive, es un personaje famoso. No solo por los libros. También por Biblioghetto. Es una especie de sala de lectura ambulante que fundó en 2005. Gustavo y otros muchachos de ese barrio que tiene fama de ser uno de los más violentos de Cali salen a las esquinas, a los parques, al jarillón del río Cauca, a leerles cuentos a los niños, mostrarles mundos de dragones, princesas, hadas, reyes, brujas, universos distintos al que conocen: amigos que se mueren por balas perdidas, pobreza, pandillas, jóvenes vendiendo droga, consumiendo droga, un barrio que parece olvidado por los alcaldes de la ciudad. En Petecuy I, donde habitan casi 9000 personas, no hay biblioteca, no hay colegio para hacer el bachillerato. Que los niños tengan la certeza de que puede existir un mundo diferente es una manera de sembrarles esperanza, motivarlos a soñar, a vivir. Gustavo y el grupo Biblioghetto también les enseña a escribir.

Pero desde hace varios meses eso de salir a narrar historias y a enseñar no se puede hacer. La violencia del barrio, que en 2010 estaba entre los 20 más peligrosos de Cali, se ha recrudecido. Hasta noviembre de 2012, según un consolidado de la Junta de Acción Comunal, se habían registrado 41 homicidios. Entre los asesinados está Andrés Camilo, un niño que asistía a las jornadas de lectura de Biblioghetto. En un enfrentamiento entre grupos armados, tres balas traspasaron el rancho de madera en el que vivía. Dos tiros se alojaron en su corazón, otro más en un brazo. Jerson Sebastián Montoya, otro niño del barrio, está desaparecido. Lo mismo sucede con Nelson David Quiñones, un muchacho de 18 años. Hasta el camión que recoge la basura fue atacado a bala. La gente de Petecuy tiene miedo.

Atrás de todo hay una guerra por un pedazo de tierra del barrio: Cinta Larga, se llama. Es una porción del jarillón del río Cauca. Allí hay una banda. Las bandas de barrios cercanos como Gaitán, San Luis, Petecuy III, quieren sacarla.

Como Cinta Larga está a apenas unos pasos del río, y por el río entra y sale la droga, en ese sector se mueven fortunas. El fondo de todo es una disputa a muerte por el dominio del microtráfico de alucinógenos. En el barrio, en la calle, por cierto, se han encontrado balas de fusil, casquillos de balas de fusil.

Un habitante, mientras veía uno de esos cartuchos, dijo con los ojos muy abiertos: “En los años 80 había grupos que se enfrentaban pero con piedras, con palos. La barbarie de los últimos años no se había visto”.

El temor, entonces, es latente. Cada cual llega del trabajo, de estudiar, se encierra. Gustavo le dice a eso “miedo ambiente”. Y él, que también es el Presidente de la Junta de Acción Comunal, piensa que no puede ser que en este barrio donde son más los buenos, los trabajadores, los comerciantes, los estudiantes, que los bandidos, la gente se tenga que encerrar y ya no vaya a la esquina, al parque, al antejardín a conversar con el vecino. Gustavo, 27 años, piensa que no se pueden dejar derrotar de la violencia, agachar la cabeza por la fama de ser un barrio peligroso, no se puede dejar, por las balas, de contar historias en las calles con Biblioghetto.

Entonces se le ocurrió, con otros líderes del barrio como María Edith Vargas, Jaime Carabalí, conjurar el miedo a través de la Navidad. Se le ocurrió intentar bajar la tensión, eliminar rencores entre los que se consideran enemigos.

La idea es que en cada una de las 60 cuadras de Petecuy I, incluido Cinta Larga, se construya un pesebre. La condición es que participen todos los habitantes de cada calle. Así, por un lado, el barrio se conoce entre sí, se hacen amigos. Así los vecinos que no se quieren, de golpe terminan, mientras arman el pesebre, queriéndose. Así, en las noches, además, nadie se va a encerrar, Petecuy I saldrá a rezar las novenas para derrotar el miedo. El sonido de las balas quiere ser silenciado por el de los villancicos; a los que siguen en guerra se les pretende enviar un mensaje: en el barrio se quiere vivir en paz, hay salidas diferentes a la violencia para solucionar los conflictos.

La meta es que para el próximo 15 de diciembre los 60 pesebres estén listos. En las cuadras se están vendiendo rifas, empanadas, para conseguir los materiales. Petecuy corre. Gustavo y la Junta de Acción Comunal también.

Además de los pesebres, se anhela que la Navidad para los casi 3.200 niños del barrio sea un poco más alegre, más justa. Entonces, a empresas y fundaciones, se les está haciendo una propuesta: ayúdenos donando 50 regalos, y a cambio difundimos su marca. Promoambiental la Corporación Colombia Humana, la Fundación Parque de la Salud, Palmetto Plaza, la Unidad de Acción Vallecaucana, los trabajadores de la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales, la Fundación Amigos de la Calle, colombianos que viven en el extranjero, decidieron apoyar. Aún falta que otras empresas hagan lo mismo para que ningún niño se quede sin regalo en este barrio que corre por la paz, este barrio de valientes.

Mientras eso pasa, Gustavo habla. Su objetivo de fondo, dice, es que en Petecuy, unidos por una meta en común, cada habitante se convierta en un mejor ser humano. La Navidad, como la literatura, cree, son maneras de iniciar una resistencia civil contra la violencia que sea ejemplo para una ciudad, un país.

Su entusiasmo, también, es una manera de conjurar el miedo. La puerta de su casa en Petecuy permanece abierta.

martes, noviembre 27, 2012

Dedos que se convierten en ojos


En Cali, un grupo de invidentes busca visibilizar a la población con discapacidad física a través del origami. ¿Tiene un trozo de papel el poder para lograrlo?

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Aymer álvarez
Reporteros de El País - CALI

John Jurado dice que le duele el ojo. Enseguida se señala el dedo índice de su mano izquierda. Es por los pliegues del papel, explica. Se debe doblar tantas veces para crear una figura perfecta que inevitablemente termina doliéndole. John Jurado dice que le duele el ojo, señala el índice y ríe. Es ciego. Origamista. Los dedos son su manera de mirar el mundo.

Está sentado en un comedor redondo. Sobre el comedor hay cisnes de papel, estrellas de papel, cajas de papel. Lleva puesta una camiseta roja con un nombre en letras negras: Oritacto. Es la misma camiseta que tienen los que están a su lado: Yamileth Guzmán, sicóloga, invidente; Magaly Erazo, estudiante, invidente; Primitivo Millán Calero, diseñador gráfico, invidente; Ángela María Arciniegas, artista plástica, profesora de origami; Melanie Emilse Calvache, pintora.

Melanie pinta con tierra. Lleva 18 años investigando los colores de la tierra. Sus cuadros, dice, pueden ser leídos por los ciegos a través del tacto. El sitio donde están reunidos es precisamente su taller. John Jurado comenta que en realidad es una fonda. Una de artistas. Se vuelve a reír.

Cada viernes se reúnen aquí, Carrera 22 4A – 21, en el sur de Cali. De 9:00 de la mañana hasta el mediodía. Primero Ángela da clases de origami. Después Melanie de pintura. Ninguna de las docentes cobra un centavo. John dice que se les cae la cara de la vergüenza por eso, pero de que todos modos llegan sagradamente: los invidentes de Oritacto.

Oritacto, empieza a hablar Primitivo Millán Calero, es algo así como un brazo de Funtacto, una fundación que él dirige y que se creó para defender los derechos de la población con discapacidades físicas en Cali.

La ciudad no está pensada para ellos, dice. Allá afuera la vida es muy agresiva. Caminar, por ejemplo, hasta la plaza donde está la efigie de Jovita, en la Calle Quinta (por lo general, del taller van hasta allá a recibir las clases, a hacer origami), es peligroso.

Hay alcantarillas sin tapas desde hace meses. Hay caminos con zanjas abiertas llenas de aguas estancadas desde hace meses. Para un ciego caminar por ahí es un asunto de alto riesgo. La ciudad en general es así, como las calles, hostil con los discapacitados físicos. El mundo en general se porta igual.

Entonces los ignoran cuando hay oportunidades de empleo. Hay ciegos trabajando, sí, pero son poquísimos. Funtacto es una forma de resistir. Hacen actividades en espacios públicos para recordarle a Cali que existen. Crearon Oritacto, además, para a través del origami incluirse, abrir puertas en esta ciudad cerrada para ellos.

La idea es crear una microempresa de empaques en origami. Su primer contrato consistió en hacer unos servilleteros con la Corporación Valle en Paz. Pero de eso hace mucho ya. Esperan que para este diciembre las empresas vuelvan a requerirlos. Pueden diseñar artefactos tan complejos como una lámpara de origami o detalles que pueden llegar al corazón de un cliente o una novia como un llavero en forma de flor, de barco, de mariposa.

Mientras tanto, agudizan la mirada. Los dedos, repite John, son sus ojos. Afinar el tacto a través del papel, doblar aquí y allá por horas, es desarrollar las posibilidades de interpretar, acercarse, reconocer el entorno. El papel puede ser igual de poderoso escrito como transformado en dragones, rosas Kawasaki, cisnes o formas extrañas, inéditas, jamás vistas.

Esas figuras, dice Yamileth, sicóloga, invidente, materializan el mundo interior de cada individuo. Es algo así como que lo que hagamos con el papel, eso somos.

Y el origami, agrega Yamileth, es arte, es lenguaje. Con el papel nos comunicamos, jugamos con el otro. También es gozo, confirmarse que así seamos ciegos en todo caso es posible seguir viviendo sin renunciar a los sueños. Los dedos se convierten en ojos.

Por eso, aclara John, en Oritacto tienen el nivel de cualquier origamista vidente. Al principio requerían guías en relieve en el papel para hacer las figuras. Las guías ya están guardas en un cajón, casi olvidadas.

Y en los certámenes en los que participan van “de tú a tú”, agrega John. Es como el fútbol. En una cancha pueden jugar africanos con asiáticos, y sin embargo se entienden. La pelota es lenguaje universal, el papel también.

Oritacto, por ejemplo, fue uno de los grupos que participó en la versión 16 del Encuentro Internacional de Origamistas de Cali que se realizó este mes, en el edificio de Comfenalco.

Y para el diez de diciembre, Día Mundial de los Derechos Humanos, tienen una idea: construir en la calle, con transeúntes desprevenidos, mil gruyas. Una leyenda japonesa asegura que quién es capaz de hacer mil de esas aves en papel, logrará que sus deseos se hagan realidad. Y en Oritacto anhelan que esta ciudad sea más justa, más incluyente, con los discapacitados físicos.

Por lo pronto caminan hacia la plaza donde está Jovita. Van en línea recta, como en un tren. La locomotora guía es la profesora Arciniégas, que esquiva huecos, zanjas abiertas con aguas estancadas.

Los invidentes han salido de nuevo a visibilizarse en esta ciudad que ignora. Los caminantes se detienen, miran.



martes, noviembre 20, 2012

El que transforma con la risa






Se llama Guillermo Piedrahíta, es actor, es el mismísimo Vivo Bobo y ha regresado para que esta ciudad se ría de sí misma y de paso, se transforme.  Esta, su historia.


Por Santiago Cruz Hoyos - EL PAÍS
Fotos: Cortesía Cindy Muñoz


De frente, hablando con él, la imagen se distorsiona. El Vivo Bobo ni de fundas haría yoga, por ejemplo. El Vivo Bobo no se va a poner a practicar aikido por el cuento de mantenerse bien físicamente. Tampoco se va a pasar el tiempo libre leyendo la historia del teatro español, mucho menos va a escuchar de vez en cuando las cuatro estaciones de Vivaldi o las composiciones de Bach.

A Guillermo Piedrahíta, el actor, en cambio,  le gusta todo eso. Lo va contando y uno se pregunta si acaso no estará conversando con la persona equivocada. Porque uno, antes de encontrárselo, imagina que Guillermo no es Guillermo sino su personaje más famoso, el Vivo Bobo. Y el Vivo Bobo tampoco va a pedir jamás un té, más bien cerveza o gaseosa o hasta un aguardiente.  Guillermo toma  té en este momento.

Uno cree, además, que se va a encontrar con un hombre con camisa de flores de todos los colores, chabacano. Guillermo tiene un azul sobrio. Uno piensa que se va a encontrar con un personaje, digamos, popular. Se lo imagina mirando muchachas y lanzándoles piropos. Se lo imagina riéndose a carcajadas, estrellando las palmas de las manos, haciendo chistes  en voz alta,  diciendo una que otra grosería.

Y resulta que no.  Guillermo habla pausado, tranquilo,  de personajes y temas que el Vivo Bobo desconoce rotundamente: Chaplin, Bertolt Brecht, el maestro Enrique Buenaventura, el humor en el teatro como una forma de crítica y reflexión.

No es que Guillermo tenga la pose de un erudito, de un intelectual, no, lo que pasa es que cuenta su propia vida, el arte, el teatro, y esa  vida es tan ajena al Vivo Bobo con el que uno lo confunde, ese personaje que se pasa semáforos en rojo, acelera a fondo en luz amarilla,  tira una bolsa con el corazón de una piña  a la calle, tira la basura de su casa en los caños, no hace filas, sentencia que el cinturón de seguridad es una cosa  que solo usan los gringos.  Uno se vuelve a preguntar si está hablando con el que es.

Guillermo lo entiende. Es un gaje del oficio. Uno  que puede resultar molesto. Los personajes que le llegan al público son capaces de borrarles la identidad propia a sus autores. Así, por ejemplo, Andrés Parra no volverá a ser recordado como  Andrés sino como Pablo Escobar. Así, también,   Philip Seymour Hoffman será por siempre Capote. Igualmente Guillermo Piedrahíta será el Vivo Bobo que sale en televisión como espejo de nosotros mismos, de nuestros malos  hábitos cotidianos en las calles de Cali.

Detrás de eso, en su caso,  parece esconderse una verdad irrefutable:  un minuto en televisión es más poderoso que 40 años de teatro. El actor  es conocido en la ciudad  por el Vivo Bobo y no por su trayectoria artística.

Guillermo Piedrahíta nació en Cali el 24 de agosto de 1945. Tiene, entonces, 67 años y ni una sola cana. Su cabello  está tinturado de negro completamente y supongo que es por la reaparición del Vivo Bobo este mes, noviembre de 2012,  después de 15 años de haber salido en la pantalla.    

Desde niño,  “como un germen”, dice Guillermo, el  teatro estuvo  arraigado en su vida. En la  casa familiar del barrio Santa Rosa montaba obras, hacía dibujos que presentaba en la sala como si fuera  cine. En el colegio, el San Luis Gonzaga, sin embargo, nunca hizo teatro. Fue después de graduarse del bachillerato e ingresar a la Escuela de Bellas Artes que dirigía Enrique Buenaventura cuando  el asunto ya era en serio y sus papás, don Julio Hernándo y doña María Margarita, se preocuparon: querían que fuera doctor. No necesariamente médico, sino un doctor en algo. Porque la vida del actor de teatro, le decían, es incierta. A veces se tiene dinero en el bolsillo y muchas no.  Él insistió y hoy piensa que es un hombre rico, afortunado: hace lo que le gusta, enseña lo que le gusta. En las mañanas dicta clases de teatro en Bellas Artes.

Y a Bellas Artes, siendo un muchacho,  entró sin saber muy bien por qué.  Tal vez el ambiente cultural  de la época lo empujó a tomar esa decisión. Estaba, por ejemplo, el Festival de Arte en pleno apogeo. Estaba, también, el Movimiento Nuevo Teatro y por otro lado Gonzalo Arango y sus secuaces poetas impulsando el Nadaísmo. El maestro Enrique Buenaventura ya empezaba a ser el maestro del teatro. También el  de Guillermo. No solo en el arte, sino en la vida. Guillermo dice que es su referente. De él aprendió, entre otras mil cosas,  el compromiso que se debe tener con el oficio, la pasión, la entrega diaria.

Con el maestro Enrique, Guillermo participó en la fundación del Teatro Experimental de Cali, TEC. Fue su gran escuela.  Allí estuvo casi 25 años. Después fue encargado de dirigir el Teatro El Taller  de Cali. Lo sigue haciendo.

Y en tanto tiempo ha hecho de todo en las tablas. Fue soldado en la obra Soldados, inspirada en un episodio de la novela La Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio; fue  gringo en la obra La Denuncia;  mendigo en La Orgía de Enrique Buenaventura; dictador en El dictador de Copenhague de Martha Márquez, uno de sus papeles más recientes y más difíciles: son dos horas de actuación permanente y tuvo que aprenderse de memoria dictados enteros, con puntos, comas, paréntesis.

Y claro, el Vivo Bobo. El personaje se creó en la  primera alcaldía de Rodrigo Guerrero que arrancó en 1992. El concepto de lo que debía ser el Vivo Bobo fue de Blanca Isabel Moreno, guionista, productora, documentalista, creadora del Archivo del Patrimonio Fotográfico y Filmico del Valle, y Fernando Berón, su esposo  y publicista.

Era la época de la influencia del narcotráfico. Los mafiosos y sicarios se volvieron insoportables en las calles, agresivos. Si se les pitaba respondían con un madrazo (o un balazo),  lanzaban una frase que se volvió repetida, famosa:  vos no sabés quién soy yo. Tampoco hacían fila porque eran los berracos, los poderosos.
El civismo se fue desdibujando. Muchos ciudadanos empezaron a imitar ese comportamiento.
El Vivo Bobo llegó para ridiculizarlos. El personaje representa al caleño que se acostumbró a la cultura del atajo, del no esfuerzo. Hay trancón, entonces me meto en contravía. El tarro de la basura está en la esquina, mejor la boto aquí  en el andén.

También es la representación del ciudadano que se preocupa solo por sí mismo y no por los demás. Saco la basura de mi casa, la tiro a un caño, me importa un pito las inundaciones. Vivo Bobo.

El personaje  se burla de todo aquello.  Y Guillermo, dice Fernando Berón, es un maestro de la comedia, que es una manera de distanciarnos de lo que nos pasa y de lo que somos  para reflexionar. Esa ha sido la clave para que  Cali entera se haya apropiado del personaje, desde Ciudad Jardín hasta Aguablanca. Esa es la razón para que el alcalde Rodrigo Guerrero, en esta, su segunda administración, haya decidido educar a la ciudad de nuevo con ese  personaje tan familiar para todos.  Como un hermano, como un tío.

Educar, digo, por un lado en las vías pero también en las casas.  Alguien tiraba  un papel en el andén o dejaba su carro sobre las cebras de los semáforos y lo avergonzaban con un grito:  ! Vivo bobo!
Alguien, en casa, dejaba dentro de la nevera un sorbo de jugo en una jarra  para no lavarla y también:! Vivo bobo!

 El personaje tuvo el  poder de transformar, en parte, en una época, una ciudad y todo mientras  nos reíamos de nosotros mismos.

Tal vez Guillermo no lo dimensione. Es el que transforma con la risa.




miércoles, noviembre 07, 2012

Sonido Bestial


Este 8 de noviembre el Festival de Cine de Cali abre su programación con un documental sobre dos ídolos de la ciudad: Richie Ray y Bobby Cruz. Atrás de aquello se esconde una historia de persistencia. Sus directores, Sandro Romero y Sylvia Vargas, tardaron once años en terminarlo y ahora, por fin, se pueden dar un gusto espléndido: escuchar las canciones de esos genios de la salsa sin pensar que están trabajando. Este, un diálogo con Sandro, profeta en su propia tierra.


Santiago Cruz HoyosReportero de El País


Hablaron con Bobby Valentín, bajista, y con Manuel Hidalgo 'Mañengue', percusionista; hablaron con Johnny Pacheco, ese músico, productor y figura de la Fania All Stars y con Miki Vimari, vocalista; hablaron también con Rafael Viera, Pablito ‘El Indio’ Rosario y Rafael Quintero, coleccionistas de música; con Angie Ray, esposa de Richie Ray, y con Rose Cruz, esposa de Bobby Cruz; con Gangán y Gangón, hermanos gemelos de Bobby, con Pacífico Maldonado, padre de Richie. 

Con ellos y tantos más: Umberto Valverde, escritor y salsero; Tony Pepsi, amigo de juventud de Richie y Bobby; Luis García, director musical; Manolito y 'El pirata' Cotto, campana y timbales respectivamente; Polito Huertas, bajista; Richie Viera, mánager.


Y claro, con Richie Ray y Bobby Cruz, los protagonistas del documental. Los grabaron en conciertos, en ensayos, en sus casas, en sus iglesias. Sí, esos genios de la salsa, autores de canciones inmortales como ‘Sonido Bestial’, ‘Pancho Cristal’, ‘Bomba Camará’, ‘Agúzate que te están velando’, siguen siendo pastores evangélicos en Estados Unidos aunque no han dejado de cantar. Al cristianismo se convirtieron en 1974. Primero Richie. Después Bobby. Antes ya eran leyendas. Antes se habían conocido en el High School of Performing Arts de Nueva York, habían fundado la Orquesta de Richie Ray y Bobby Cruz. Los llamaron 'Los reyes de la salsa'.

Entonces, volvamos, tardaron once años para terminar el documental. Uno que se les convirtió a Sandro Romero (Cali, 1959) y Sylvia Vargas (Bogotá, 1964)- sus directores - en una cuestión de honor. Los obstáculos no fueron el material, las múltiples entrevistas, las imágenes, no. La demora más bien - nunca lo imaginaron- fueron los derechos musicales. También un problema común en el cine, la plata. Por poco tiran la toalla, la oportunidad de que viéramos en la pantalla la intimidad de esos históricos de la salsa estuvo a punto de esfumarse. Pero de eso ya hablará Sandro. De esa historia de persistencia.

El caso es que ya está listo. Y que Sonido Bestial, el documental en el que se narra la vida de Richie Ray y Bobby Cruz, será estrenado este 8 de noviembre en la apertura del Festival de Cine de Cali, justo la ciudad que ayudó a edificar su mito.

Ahí, en el lanzamiento, estarán presentes Sandro Romero, Sylvia Vargas, Etienne Boussac, coordinador de postproducción. También ellos, el foco de todo: Richie y Bobby. ¿Se atreverán a cantar? Quién sabe. Sandro habla.

“Para nosotros, estrenar en Cali es un acto más que simbólico. Creo que este ha sido el primer gran premio a ‘Sonido Bestial’: abrir el Festival de mi ciudad natal es un triunfo para la película. Porque, aunque he sido amigo de Luis Ospina, el director del Festival, conozco sus criterios y él no se basa en las complicidades gratuitas para programar un evento que está en la mira de tanta gente. Si la escogió es porque se siente satisfecho con los resultados y le parece que es la mejor manera de abrir un evento que, poco a poco, le tiene que ir perteneciendo a todos los caleños. Espero que el Dios de Richie Ray y Bobby Cruz nos bendiga a todos”.

Sandro, usted dijo que se hace un documental para contar la historia que se conoce de memoria pero también para averiguar un secreto. ¿Cuál fue el secreto que encontró con Sylvia Vargas en Sonido Bestial?

Encontré las imágenes perdidas de la banda sonora de nuestras vidas que, al menos en mi caso, no tenían rostro. O, por lo menos, no tenían rostros en movimiento. A Richie y a Bobby los conocíamos a través de las carátulas de sus discos, a través de la literatura y, sobre todo, a través de sus canciones. Pero el hecho de recuperar un material de archivo, el hecho de entrevistarlos y, sobre todo, el hecho de filmarlos mientras nos contaban sus secretos musicales, se convirtió en un tesoro generacional único y de cierta manera irrepetible.


¿Cuál es el día exacto en que decide hacer un documental de Richie Ray y Bobby Cruz? ¿Cuánto tiempo le dedicó, cuántos países visitó, cuántas veces no durmió, cómo se hizo el documental?

En una fiesta en mi casa, donde sonó toda mi colección de discos de Richie Ray, Sylvia Vargas – una vieja amiga que había estudiado producción de cine en Francia, en la FEMIS – me propuso que si ella hacía el contacto con Richie y Bobby hacíamos una película sobre los músicos. Le dije que sí sin creer mucho en el asunto. Pero un par de meses después ella me llamó desde Europa, me dijo que ya había hablado con ellos, que estaban de acuerdo y que deberíamos viajar a New York el 20 de julio de 2001, pues ese día iban a tocar en el Carnegie Hall y les parecía el momento para empezar. Allí comenzó todo.

Es decir, han sido once años desde que filmamos las primeras imágenes hasta que hicimos la primera copia en 35 milímetros. Estuvimos en New York, en Miami, en San Juan, en Bayamón y en Hormigueros (Puerto Rico), en París, en Cartagena, en Cali, en Medellín, en Bogotá, en Barranquilla. Y editamos la primera versión en Barcelona con un editor suizo (Marius Wehrli). La etapa de postproducción la hicimos con un caleño franco alemán llamado Etienne Boussac. Toda una aventura internacional. El proceso de realización del documental fue fascinante. La pesadilla estuvo en torno al proceso de negociación y a los asuntos legales. Excluyendo de aquí, por supuesto, a Richie y a Bobby, quienes siempre fueron estupendos colaboradores y siempre tuvieron momentos muy especiales con nosotros, a pesar de sus apretadas agendas. De todas formas, hacer una película es un asunto de muchísima paciencia (son más las películas que no se hacen que las que se hacen) y prefiero olvidarme de las cosas negativas, porque lo que importa son los resultados.

Pero tardaron años, Sandro. Años. Hubo muchas dificultades para cantar victoria. Hablemos de eso. Hablemos por ejemplo de los derechos musicales. De eso y de los otros obstáculos que se superaron para que podamos ver Sonido Bestial en el Festival de Cine de Cali. La plata, además...

El cine no se demora tanto. Pero hay películas que se tardan muchísimos años para que lleguen a feliz puerto. Muchos más que los que nos hemos tardado para hacer Sonido Bestial. En el caso nuestro, fuimos armando la película en la medida de nuestras posibilidades económicas y, cuando llegamos al asunto de los derechos musicales (editoriales y fonográficos) tuvimos muchos obstáculos, puesto que la gran mayoría de canciones que utilizamos pertenecían a la primera época de Richie y Bobby y muchos de esos temas no se sabía a ciencia cierta a quién le pertenecían. Fue una verdadera cacería. Fania cambió varias veces de dueños y tocaba siempre negociar desde el principio y hasta que todo no estuviera muy claro no podíamos decir que teníamos una película. Hubo que cambiar canciones a última hora por estas razones y rearmar lo que habíamos editado en Barcelona, porque llega un momento en el que uno no hace la película que quiere sino la que le dejan hacer. Finalmente, tuvimos la suerte de ganarnos un premio de postproducción con Proimágenes Colombia y, gracias a este estímulo, la película llegó a buen final.

Hablemos de los otros protagonistas de esta historia. ¿Es verdad que Richie Ray y Bobby Cruz inventaron el término ‘salsa’ para su música?

Esta es una historia que Bobby cuenta en el documental. Según su versión, el término nació en 1967, en una entrevista que les hicieron en Venezuela, en la que Richie dijo que la música que ellos hacían era un 'ketchup'. Aunque hay muchas versiones con respecto al origen del término, la historia de Bobby es fácilmente comprobable, si recordamos que, en aquel tiempo, el álbum `Los durísimos' tuvo como subtítulo la frase 'Salsa y control' como apoyo comercial (según Bobby, en Venezuela terminaron diciéndole 'salsa' a la música rápida y 'control' a los boleros). Poco a poco, el término se fue generalizando.

¿Y qué hizo que se convirtieran al cristianismo? Incluso son pastores...

Según sus respectivas versiones, tocaron fondo en 1974 y Dios “les habló”, primero a Richie y luego a Bobby. Todo lo cuentan en detalle en el documental. Aunque nuestro interés giró en torno a la construcción del mito, a lo que sucedió antes de 1974.

Sé que lo vamos a ver en Sonido Bestial, pero a manera de adelanto: ¿cómo viven hoy esos ídolos de la salsa?

Ambos viven en Miami, con sus respectivas esposas. Y, con el paso de los años, han sabido regresar a la salsa que los volvió grandes. Han sabido combinar su actividad religiosa con los conciertos. Tengamos en cuenta que ellos duraron más de 20 años retirados de los escenarios de la rumba. Y regresaron apoteósicamente. El mito seguía intacto. Todo el público salsero de América Latina los adora.

¿Cómo es la historia de 'las pintas' de Bobby? Dicen que se preocupa al extremo por su forma de vestir, por su pelo...

A él siempre le ha interesado el mundo de la moda. De hecho, cuando los filmamos en el concierto del 40 aniversario, existía una 'Bobby Cruz Collection'. El día en que Bobby vio el corte final de la película, comentó que nunca se ve con un look similar. Siempre tiene algún cambio en el pelo, en el estilo de su ropa. Para él, su presencia y su elegancia es tan importante como su voz.


¿Cómo son ellos, Sandro? ¿Cómo definirlos?

Richie es un obrero de la música. Es lo único que le interesa realmente: estar sentado (o de pie) frente a un piano. Aunque es pastor de una iglesia, no habla demasiado del tema, a no ser que esté frente a un auditorio. Pero en privado es una persona jovial, un tanto reservado. Tengo la impresión de que siempre viven de afán. En cuanto a Bobby, tiene la personalidad del 'front man'. Aunque no es un cantante que se mueva ni baile, tiene autoridad, le gusta ser simpático y es extrovertido. A veces se entrega a prolongados silencios, pero siempre sale a flote. Es mucho más vehemente en el tema religioso. Aunque nunca es impositivo.



Hablemos un poco de su intimidad, de su cotidianidad. Describirlos en la vida diaria. Como gustos. Como rutinas.

Ellos tienen muy bien compartimentada su vida: ellos son 'Richie Ray & Bobby Cruz' cuando están juntos viviendo para la música. Cuando esto se termina, cada uno toma por su lado. Cada uno tiene sus respectivas iglesias, sus respectivas familias y sus respectivos universos muy bien separados. Sus casas son las típicas viviendas de dos latinos muy bien instalados en los Estados Unidos. Pero la música no está allí colgada por todas partes, salvo por el piano que reina en la casa de Richie. Quizás la mayor sorpresa uno se la lleva en las iglesias, porque uno no está acostumbrado a pensar en ellos en términos religiosos, sino que el fanático piensa en ellos en términos de rumba. Pero ambos son muy poco rumberos, salvo cuando se suben al escenario.

¿Y en realidad se sorprenden de su grandeza, de su reconocimiento en Colombia? Pero si son genios…

Ya no se sorprenden, porque ya saben lo que pasa en Colombia, especialmente en Cali, cuando pisan nuestros escenarios. Pero sí fue desconcertante para ellos el hecho de saber que, en 1968, en una ciudad tan lejana, pudieran adorarlos de la manera en que lo hicieron los jóvenes bailarines de la época. Y este sentimiento sigue intacto.

Para terminar Sandro, volvamos a usted. En realidad todo esto se trata de un asunto de pasión. El documental es producto de una pasión por Richie Ray, Bobby Cruz. Hablemos un poco de eso, la música. ¿Qué genera la salsa de Ray y Bobby en Sandro?

La música de Richie Ray y Bobby Cruz comenzó siendo para mí una pasión muy privada. Yo no oía sus discos en la calle. Los oía en mi casa. Aunque lo que más me gustaba era la música clásica y el rock, poco a poco me fui entusiasmando con sus discos gracias a los prodigiosos arreglos de sus canciones. Luego, cuando descubrí el cine-club de Cali y, sobre todo, cuando leí 'Bomba camará' de Umberto Valverde y '¡Que viva la música!' de Andrés Caicedo, me di cuenta de que se trataba de un asunto generacional.

De allí en adelante, las canciones de Richie Ray y Bobby Cruz han estado rabiosamente presentes en la banda sonora de mi entorno. En Cali, en Bogotá, en Europa. Teníamos una deuda con ellos y alguien debería pagarla, más allá de las fiestas o de la literatura. Ahora bien: siempre he sido un cinéfilo y he trabajado en muchas producciones del llamado 'Grupo de Cali', especialmente con Carlos Mayolo, Carlos Palau y Luis Ospina. Aunque se trataba de una película codirigida, hay en ella todo un espíritu de amor por el cine que nos es común y tácitos homenajes a grandes momentos del documental de música (de 'Gimme Shelter' de los hermanos Maysles a 'Nuestra cosa latina' de Leon Gast) que convierte a Sonido Bestial no en un concierto filmado sino en un trabajo cinematográfico cuyo tema es la vida de dos leyendas vivas de la salsa.

Usted escribió que es un “fan fatal” de Richie y Bobby. Uno que hace que los cantantes le estampen la firma como en 30 álbumes. ¿En realidad cuántos discos de ellos tiene? Y, si no estoy mal, usted fue víctima de un robo. ¿Cuántos se perdieron ahí? ¿Cuánto de usted se perdió ahí?

Hasta el momento, Richie y Bobby han sacado más de ciento diez álbumes. Filmamos todo el concierto que hicieron cuando lanzaron el disco número cien en Bayamón (Puerto Rico). De todos esos discos, creo que tengo unos setenta. Por fortuna, cuando se robaron mi colección de música, sólo se llevaron los CD. Los acetatos allí quedaron. Y los grandes tesoros de su música los tengo en acetatos. Por lo visto y por fortuna, los ladrones no tenían alma de coleccionistas.

La última: a todas estas, ¿cómo es vivir después de que ese asunto de honor personal, el documental, está listo? ¿Cómo es vivir sin aquel 'piano' encima?

Las películas no se terminan cuando están en las latas. Allí comienza una nueva etapa. Ahora tenemos que enfrentarnos a un público y ver qué recepción va a tener todo este asunto. Tanto Sylvia Vargas como yo, que vivimos ahora en mundos muy diferentes, seguiremos en esta nueva etapa de Sonido Bestial. Pero eso formará parte de otro viaje. Por lo pronto, lo que más nos interesa es saber qué va a pasar en el Festival Internacional de Cine de Cali. En mi caso personal, puedo decirte que ya puedo volver a oír la música de Richie y Bobby sin pensar, al mismo tiempo, en que estoy trabajando.



jueves, noviembre 01, 2012

Aquel día en que la muerte bajó del cielo






El 24 de octubre de 2012 se cumplieron diez años de una tragedia: un rayo mató a Herman ‘Carepa’ Gaviria y Giovanni Córdoba, en el Deportivo Cali. Memoria.



Por Santiago Cruz Hoyos
Reportero de El País
Fotos: Rodrigo Cicery



Era jueves. 24 de octubre de 2002 exactamente. Freddy Hurtado, lateral del Deportivo Cali, trotaba alrededor de la cancha de entrenamiento del equipo. Estaba lesionado. Quizá, en todo caso, en esa práctica podría hacer algo de fútbol. Quizá podría ser titular el domingo.

El cielo era gris, nublado. De pronto empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Eran gotas gordas, pesadas, pero apenas eran gotas. Freddy recibió una orden de Hernando Arias, el preparador físico: hacer los ejercicios bajo techo, en el gimnasio. Estaba en tenis. Resbalarse por el pasto húmedo podría agravar la dolencia.

Obedeció. Mientras tanto, en la cancha, el equipo titular se enfrentaba al suplente. Las gotas seguían cayendo. El cielo se iluminaba debido a algunas descargas eléctricas. “Culebrillas”, escribió el periodista deportivo Francisco Henao. El balón, sin embargo, siguió rodando, nadie se preocupó. De repente se desató el aguacero. Estalló el trueno.

Freddy, ahora, está al teléfono. Freddy, ahora, juega para el Envigado Fútbol Club. Como regla, jamás permanece en una cancha cuando escucha un rayo, así el técnico de turno se pare en la cabeza y le exija lo contrario. Desde aquel jueves, explica, siente por la naturaleza un respeto reverencial.

El trueno, sí. Lo primero que hizo fue agacharse, cubrirse, como si el sonido fuera más bien el de una bomba, una que lo dejó aterrado. ¿Cómo explicarlo mejor? Así, como ese rayo de espanto, cree, debe sonar el fin del mundo. Lo primero que pensó fue justamente eso, que todo se había acabado.

Se repuso del susto y se asomó de inmediato por una ventana. Los 22 jugadores y el cuerpo técnico, liderado por Óscar Héctor Quintabani, estaban tirados en el suelo, aturdidos. Poco a poco se fueron levantando y corrían para resguardarse. Dos no se movían: Herman ‘Carepa’ Gaviria y Giovanni Córdoba. Ambos murieron. Córdoba jugaba con el número 22. Freddy Hurtado juega desde entonces con el número 22. Es un homenaje dominical y sagrado para quien fue su mejor amigo.


II



Algunos, cuando se les comenta el asunto, se sorprenden: ¿ya, tan pronto, pasaron diez años de la muerte de ‘Carepa’ y Giovanni? Resulta que existen algunas tragedias que pese al paso del tiempo no se van de la memoria.

El 24 de octubre de 2002 Cali era un caos. El aguacero, por un lado. El tráfico atascado por el aguacero. La noticia de la muerte de ‘Carepa’. La noticia de Giovanni Córdoba a punto de morir, apenas lo mantenían en este mundo las máquinas, apenas aguantó hasta el domingo. Giovanni Hernández, otra figura del equipo, también estaba en el hospital debido a un shock nervioso. ‘Chumi’, delantero, se recuperaba.

Mientras tanto, en las redacciones de periódicos y noticieros se discutía: ¿vale la pena publicar la imagen de los cuerpos aporreados por el rayo? ¿Acaso no basta —pensando en las familias— contar la noticia sin primeros planos que mostraran uniformes y pieles chamuscadas, que mostraran humo saliendo de las narices?

También había hinchas que lloraban y con ellos gente que ni siquiera seguía al fútbol igualmente sorprendida por esas muertes insospechables. ¿A quién se le ocurre que va a morir por un maldito rayo mientras corre en un campo de fútbol?

La ciudad, entonces, estaba tan aturdida como las víctimas del trueno. La noticia emitida una y otra vez nos hacía recordar lo débiles que somos, lo efímeros que somos. Además, que un ídolo desaparezca de tal manera, tan de repente, de un solo golpe, asusta aún más, la sensación de desprotección crece. El rayo recordó lo que dicen los viejos: para morir simplemente basta con estar vivo, respirar un poco.



III


En honor a Herman ‘Carepa’ Gaviria, dice su hermano Farley, fundó una escuela de fútbol en Apartadó, Antioquia, que lleva su nombre. Es una manera de homenajearlo, conservarlo en la memoria del país, sobre todo en las nuevas generaciones de futbolistas.

En honor a Giovanni Córdoba, dice su hermano Jefferson, familia y amigos juegan un partido cada 31 de diciembre. Un partido en honor a Giovanni y a Hernán Córdoba, otro de los hermanos, futbolista, que murió el 20 de septiembre de 2009 también de forma trágica. Ese día jugó con el Atlético Huila, marcó un gol, fue figura, en la noche iba manejando su auto desde la ciudad de Neiva hasta el municipio de Rivera, cuando se estrelló con un bus y el carro se incendió. En el accidente falleció otro jugador: Mario Beltrán.

En vida, recuerda Jefferson, ambos hermanos organizaban ese juego de fin de año. Un equipo, ‘Los casados’, lo lideraba Giovanni. El otro, ‘Los solteros’, lo lideraba Hernán. Mantener la tradición es, también, mantener la memoria. En las camisetas de los equipos, es la idea para diciembre próximo, estarán estampadas las fotos de los futbolistas.

En todo caso, para este décimo aniversario de muerte, las familias Córdoba y Gaviria no han planeado nada especial. No es que se olvide la fecha, no, por supuesto, pero no hacer nada es una manera de ignorar la tragedia, seguir de largo a pesar de todo. Además, es preferible recordar cómo eran en vida sus seres queridos que recordar el fatídico rayo. ‘Carepa’ era salsero, dice Farley; Giovanni, fan de Michael Jackson, dice Jefferson y sonríe.


IV


En la historia aún hay un capítulo que no termina. La viuda de Herman Gaviria, Noemí Guerra, demandó al Deportivo Cali por la muerte de su esposo.

Según la demanda, la institución fue negligente. La cancha, en las instalaciones de Pance, donde entrenaban los jugadores, no tenía pararrayos el día en el que sucedieron los hechos. Además, se continuó con la práctica deportiva a pesar de la lluvia.

De lado y lado los argumentos son contundentes: ‘Carepa’ murió en su lugar de trabajo; que alguien muera por el poder de la naturaleza se sale de todo control.


El Deportivo Cali fue absuelto de pagar la indemnización, once mil millones de pesos. El abogado de la viuda, Aurelio Jiménez Callejas, instauró, sin embargo, un recurso de casación ante la Corte Suprema de Justicia. El fallo definitivo, calculó, se conocerá en diciembre.

Se trata, el abogado, de un hombre valiente. Habló del caso muy tranquilo, muy lúcido, cuando apenas faltaban dos horas para que lo operaran del corazón.


V

- ‘Geo’ era un hombre callado. Hablaba lo necesario, pero cuando lo hacía, era para hacer reír a todo el mundo.

Freddy Hurtado, su mejor amigo, sigue en el teléfono. Un año entero, dice, soñó con Giovanni después de su muerte, un año.

Y la tragedia fue una lección para el fútbol. En los entrenamientos de los equipos colombianos, en los partidos, se suspenden las prácticas cuando el cielo se ilumina con las descargas eléctricas. Freddy dice que al profesor Quintabani lo marcó para siempre ese jueves. La basta ver nubes oscuras, amagos de lluvia, para que termine los entrenamientos.

En la sede de entrenamiento del Deportivo Cali, por cierto, está prohibido entrenar en días de truenos. Cuando eso pasa, cuando se avistan las descargas eléctricas, suena una alarma. Esa alarma es advertencia, pero también memoria de las glorias desaparecidas.

El profesor Fernando ‘Pecoso’ Castro hace lo mismo. Incluso, en un partido oficial, cuando dirigía al América, salió furioso del banco, manoteando, sacando a sus jugadores del campo hacia el camerino, mientras increpaba al árbitro. Era domingo, había una tormenta en Cali y, sin embargo, el juez seguía adelante con el juego. Ante la reacción de ‘Pecoso’, el árbitro, ese ‘dios todopoderoso’ de la cancha, bajó la cabeza.

martes, septiembre 18, 2012

Héroes silenciosos





En una ciudad que arde en llamas, los bomberos que intentan evitarlo se sienten solos. Crónica de una mañana apagando incendios.

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos EL PAÍS    


A  esta hora, las 8:00 de la mañana del miércoles 12 de septiembre de 2012, el bombero Jairo Otagrí barre la Estación Forestal, ubicada en el barrio Aguacatal; Danny Caicedo, el auxiliar de guardia, prepara el desayuno, arroz con huevos revueltos; el cabo Gerardo Aguirre limpia con un rastrillo las zonas verdes y el cabo Ricardo Arias, desde una silla rimax y atento a un radioteléfono que lleva en la mano, le pregunta por el incendio que fue noticia el día anterior: en la vereda El Cabuyal, zona alta del Zoológico de Cali, se quemaron cuatro lomas, 80 hectáreas de montaña.

“Las llamas eran más altas que nosotros. Llegué a la casa como a las doce de la noche”, dice Aguirre, que aquí, en la estación, por cierto, es más conocido como ‘El enano’. Mide un metro con 63 centímetros. Más tarde, al mediodía, pasará gateando por debajo de unos alambres de púas y se mofará de otros que pasarán arqueados para no chuzarse la espalda. Ser un bombero bajito, dirá, tiene sus ventajas.

Arias disminuye el volumen del radioteléfono. En lo que va de la mañana no se han reportado incendios. El turno de las siete, que es el primero del día, transcurre sin novedades. A las dos de la tarde los relevará otro grupo y a las diez de la noche llegará otro.

Cali cuenta con bomberos despiertos durante las 24 horas del día. Son 190 hombres y mujeres, quienes conforman la guardia permanente. En promedio ganan un sueldo de un millón cien mil pesos. Los hombres que evitan que esta ciudad caiga calcinada reciben menos de dos salarios mínimos, el pago promedio del 75% de los profesionales del país.

El resto del pie de fuerza, casi 200 bomberos, son voluntarios, es decir que no reciben sueldo y no cumplen horario. En estos tiempos de verano intenso, seis incendios diarios promedio, todos los bomberos de la institución se encuentran en alerta máxima, disponibles a cualquier hora del día.

Cada grupo de guardia en la Estación Forestal, explica ahora Arias, lo integran cinco personas, incluyendo a Danny, el auxiliar, que tiene 21 años, dos hijos y es quien atiende las llamadas de alerta. Además está José Wilder Figueroa, el maquinista. Los otros tres son bomberos certificados. La estación, su nombre lo sugiere, se especializa en atender incendios forestales, pero eso no quiere decir que no esté en capacidad de controlar otro tipo de incidentes.

Arias habla de rutinas. El grupo que entra en la mañana debe hacer acondicionamiento físico lunes y miércoles. Van al barrio San Antonio, trotan, suben y bajan gradas, hacen abdominales. Los bomberos requieren estar preparados para aguantar días enteros sorteando emergencias.

La exigencia del acondicionamiento físico, sin embargo, ha disminuido. En lo que va del año en la ciudad se han registrado 700 incendios. Es decir que no han tenido respiro. Los bomberos de Cali por estos días son hombres cansados. Cuando se puede, entonces, es mejor descansar a pierna suelta.

Jairo Otagrí es una prueba de ello. Luce agotado. Aunque la vida del bombero es acción, bien sea en verano con los incendios o en invierno con las inundaciones, estos meses han sido de los más exigentes en los últimos años. Incluso, se sospecha que de seguir el fenómeno de La Niña, superarán la cifra de incendios del 2009, un año igual de caluroso: 1.100.

Ya son las 9:50 de la mañana. Otagrí observa el canal Espn en una pantalla puesta en una pared frente a una mesa de billar. Es la sala de juegos. Pero aquí nadie juega. En el radioteléfono informan que en El Cabuyal el incendio se reinició.

Todos trotan, se ponen los cascos. El tubo que se ve en las películas por donde bajan los bomberos colgados está ahí, empolvado. Nadie lo usa. ¿Para qué arriesgarse a torcerse un tobillo si están las gradas? El tubo es símbolo de una época pasada.

Las sirenas de la máquina se encienden, los bomberos de la Estación Forestal salen rumbo a El Cabuyal. Un plato servido y cubierto con otro plato queda en una mesa. El cabo Arias no alcanza a desayunar.

II

El comandante operativo del Cuerpo de Bomberos, Alberto José Hernández, advierte que no es que siempre lloren, no, lo que pasa es que la realidad es la misma: los recursos son insuficientes.

Hernández, 33 años de servicio, sentado en el escritorio de su oficina ubicada en la Estación Central, Avenida de las Américas, hace cuentas: el municipio, dice, aún les adeuda dineros por concepto del impuesto a la sobretasa a la gasolina correspondientes al año 2010 y 2011.

Este año, además, se tenía una proyección: por sobretasa recibirían nueve mil millones de pesos, pero al final el acuerdo quedó firmado por 7.500. Y los costos de operación anuales de la institución son de alrededor 15.600 millones. Es decir que el municipio cubre apenas el 50% de la operación. El resto del dinero se debe conseguir con apoyo de la empresa privada, capacitaciones a compañías petroleras, servicio de transporte de agua.

Y la institución requiere inversiones urgentes: las máquinas de bomberos ya tienen más de 30 años. Lucen impecables, brillan, pero por su uso requieren de mantenimiento constante y eso es un gasto alto.

Además, llegarán 60 nuevos hombres para relevar a los que por edad ya no están para combatir el fuego, rescatar víctimas de inundaciones, lidiar con suicidas. Y dotar a cada uno de esos bomberos jóvenes cuesta $20 millones.

Fuera de eso, sigue Hernández, la ciudad requiere de una estación en el sur, sector universidades, y esa es otra inversión que por ahora deberán hacer solos.

- No dicen vamos ayudar con el 10%, con el 20%, no. La Alcaldía sólo reconoce la labor de bomberos en los medios, pero no en acciones. Y ni la Alcaldía, ni CVC, ninguna entidad se ha acercado a preguntarnos qué necesitamos en esta época de incendios. En público nos echan flores, pero eso no sirve.

Incendios o inundaciones, entonces, terminan siendo una minucia cuando cada año hay que arreglárselas para conseguir fortunas que garanticen el funcionamiento de la institución.

Por eso no es que lloren siempre, insiste Hernández, sino que la realidad no cambia y entre repetir u olvidar es preferible repetir: en una ciudad que arde en llamas, los bomberos que intentan evitarlo se sienten solos.

III

Aguirre pasa gateando bajo el alambre de púas. Atrás lo sigue el bombero Otagrí. Se acercan al fuego. El incendio de El Cabuyal se ha reiniciado. El día anterior lo controlaron pasadas las doce de la noche. Había empezado en la tarde. En la Estación Forestal un sancocho que pensaban hacer quedó a medias, con el agua en la olla.

Las máquinas no alcanzan a llegar hasta el lugar. Los bomberos caminan por la montaña con batefuegos. Es como una pala solo que la punta no es de metal sino una lona que sofoca las llamas.

La tierra arde, los pies se calientan. Aquí y allá sale humo del suelo como si por estos cerros acabara de terminar una guerra. Ahí donde hace unos meses se veía pasto verde, ahora son lomas de ceniza, ocho kilómetros de destrucción. Las botas negras de los bomberos se vuelven grises.

Detrás de todo, se cree, hubo una mano criminal. Es mentira que un incendio se inicie por un vidrio o una lata, dicen los bomberos. El efecto lupa sólo se da en condiciones extremas y para que se origine también debe estar la mano del hombre.

En este caso se cree que el incendio lo cometieron invasores de predios. Queman para evitar cortar pasto, tumbar plantas. Queman para limpiar y después lotear.

Hace unas semanas sucedió en Realengo, cerca a Terrón Colorado. También en Palermo. Después de los incendios, los bomberos llegaron para medir las áreas afectadas. Se encontraron, dijo el comandante Alberto José Hernández, con lotes que ya estaban divididos con cintas.

Pero existen otras razones que explican las conflagraciones diarias. En zonas de ladera se queman desechos porque la comunidad no cuenta con el servicio de aseo. Esas quemas, a veces, se salen de control. También algunos agricultores queman pastizales para renovarlos sin las medidas de precaución. Además, las pandillas han quemado lotes en sus enfrentamientos.

Ya ha pasado una hora. El incendio vuelve a ser controlado. Los bomberos, sin embargo, esperan. Los vientos podrían propagar de nuevo las llamas en caso de que un centímetro de pasto siga ardiendo. Esperan, también, al Bambi, el helicóptero de la Fuerza Aérea que carga una bolsa con 5.000 litros de agua. La idea es humedecer estas montañas como medida de prevención. Anoche ese helicóptero intentó ayudar a apagar las llamas que efectivamente superaban la estatura de los bomberos. No sirvió de mucho. El sargento Ernesto Filigrana, que se encontraba en la zona, dice que en esos casos los 5.00 litros de agua que lanza el Bambi es como orinar encima de una casa en llamas. No pasa nada.

Mientras esperan hablan de su oficio. Filigrana cuenta que más allá del fuego, existen dificultades más complicadas de sortear. Hace poco, en Belén, zona de ladera, por ejemplo, atendió un incendio mientras dos pandillas se enfrentaban a bala. Ese día, a propósito, un niño resultó herido. Muy cerca del pequeño estaba un compañero, el bombero Fernando Murillo.

Filigrana dice también que ese día se dio cuenta que ya no había nada qué hacer con una de las casas que se consumían. Cuando iba en todo caso a buscar más agua para intentar salvar la estructura, lo amenazaron con un machete. Bombero hijueputa –le dijeron – devolvéte.

En la calle, sobre todo en las zonas donde ni la Policía entra, los han insultado, robado, amenazado con picos de botella. Sobre todo a Murillo, dicen. Ahora se ríen. A Murillo, asegura Arias, le dicen ‘Tragedia’.

Lo que pasa, dijo el comandante Alberto Hernández, es que la comunidad no entiende que un incendio se apaga de afuera hacia adentro. Si en la mitad una casa se quema, primero se corta el fuego para que no se propague, después se llega a esa casa de la mitad. Pero el comandante entiende. A nadie, claro, le importa un bledo la técnica para apagar un incendio. Lo que importa es que mi casa se salve.

El desespero, a muchos, los lleva a agredir a los bomberos que en todo caso son tipos con pericia, experiencia, suerte: son esporádicos los casos en donde salen heridos en una emergencia. En los 84 años de historia de la institución han muerto en acción cinco de sus hombres. A uno de ellos lo mataron en la época de la violencia partidista. Entró a un bar vendiendo rifas para, como siempre, conseguir recursos. Un policía borracho le pegó un tiro. Era militante del partido conservador. El bombero llevaba una gorra roja.

El Bambi hace su última su descarga. Ahora caminan de regreso. En una finca les ofrecen jugo. El jugo es una manera de revivir. Allá en el cerro se mantuvieron con sorbos de agua y pedazos de panela.

La máquina de la Estación Forestal ahora transita por la carretera que de Cristo Rey conduce al oeste de Cali. Arriba, sentados, están Aguirre y Otagrí. Está prohíbido, sí, pero la máquina es antigua, no es de las modernas, doble cabina. Apenas en un mes, con ahorros y créditos bancarios, llegarán los nuevos vehículos.

De repente, de la montaña, se observa a lo lejos una columna de humo. Aguirre señala allá arriba, se encoje de hombros. El fuego sigue sin concederles una tregua.

martes, agosto 21, 2012

"Yo soy otro falso positivo de la Fiscalía"







Héctor Fabio Mazuera, el primer condenado por el secuestro de los doce diputados del Valle, asegura que es inocente. Tras casi una década en prisión, pide que su caso sea revisado por la justicia.



Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Bernardo Peña
EL PAÍS


Un hombre sentenciado a 33 años, once meses y nueve días de prisión dice que es inocente. Su nombre es Héctor Fabio Mazuera. Es el primer condenado por el secuestro de los doce diputados del Valle del Cauca, cometido en Cali por la guerrilla de las Farc en la mañana del 11 de abril de 2002. Lo acusan de ser uno de los encargados de abrirle el paso en una moto a la buseta en la que los subversivos sacaron a los políticos de la ciudad.

Héctor Fabio Mazuera asegura que justo ese día estaba en un consultorio médico de la compañía en la que trabajaba como auxiliar en depósitos de libros: Carvajal S.A, Grupo Editorial Norma. El diagnóstico: espolones calcáneos. Una constancia incluida en el expediente del caso certifica que en la fecha del secuestro estaba incapacitado.

Ahora el sol quema. Mazuera, 130 kilos, vestido de jeans, camisa beige, gafas recetadas, suda. Está sentado en una silla plástica ubicada en un patio de la cárcel de máxima seguridad de Palmira. Aquí se encuentra recluido desde hace 9 años. Tiene 36.

Su nombre fue noticia hace poco. Un comandante de las Farc detenido en la Cárcel de Cómbita, en Boyacá, también aseguró que Héctor Fabio es inocente. Gustavo Arbeláez, alias Santiago, partícipe confeso del secuestro de los diputados, dijo en una entrevista publicada en este diario el 28 de mayo de 2012 que “Yo a ese personaje (Mazuera) lo vine a conocer cuando estuve detenido en Palmira. Se me presenta y me cuenta que estaba detenido por lo mismo mío. Averiguo con la gente nuestra y me dicen que ellos le dijeron al fiscal que eso no era cierto, mandaron documentos por escrito. Ese hombre lleva diez años de cárcel por un crimen que no cometió”.

La Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos promueve una campaña por su libertad; decenas de sus conocidos del barrio Marroquín firmaron una carta en la que aseguran que es un trabajador “de sanas costumbres”, “se está cometiendo una injusticia”; el abogado Carlos Hernán Escobar piensa llevar su caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Mazuera se quita los zapatos. Bajó a este patio sin medias para mostrar las cicatrices de una operación. Exhibe los pies gordos, las cicatrices blancas. Sufrir de espolones calcáneos es casi no poder caminar. Los talones se calcifican, se endurecen. Al apoyar el pie, duele. Por eso el día del plagio de los asambleístas, insiste, estaba en esa consulta médica. Un documento incluido en el expediente que tiene la firma de la doctora Alejandra Muñoz confirma que Mazuera estaba enfermo. La doctora, ese 11 abril de 2002, día del secuestro, le prolongó la incapacidad por dos días.

La Fiscalía, sin embargo, lo acusa de ser alias ‘El gordo’, miembro del frente urbano Manuel Cepeda Vargas de las Farc y uno de los guerrilleros que participó en el plagio.

Héctor Fabio Mazuera dice que alguna vez, en esta cárcel, entonces pensó en matarse. Lo dice y después todo queda en silencio.



II

Fue en Marroquín, Distrito de Aguablanca. Allá vivía Mazuera desde que tenía ocho años. Allá – es la historia que cuenta - Éver Freddy Mejía, un vecino suyo, le presentó a Jorge Eliécer Romero.

Éver Freddy , alias Coquimbo, es guerrillero según las autoridades. Romero también. Es más conocido como 'Care niña'. Mazuera recuerda que les ofreció agua y jugo en su casa. Enseguida se fueron. Iban de afán. Dice que no tenía idea de que Éver Freddy era subversivo, mucho menos el hombre que le acababa de presentar. Dice, también, que a Éver Freddy lo visitaba de vez en cuando pero por la hermana. Se llamaba Yuly. Era linda. Héctor Fabio Mazuera se ríe.

Fue‘Care Niña’ el que lo acusó ante la Fiscalía de participar en el secuestro de los diputados.


- ¿ Por qué lo señaló a usted?


- Supongo que necesitaba beneficios para rebajar su condena.

Es su teoría. ‘Care Niña’ está procesado por rebelión. Según su testimonio, incluido en el expediente, Mazuera es alias ‘El Gordo’. El día del secuestro, además de abrir el paso de los secuestradores, también prestó vigilancia en las afueras de la Asamblea Departamental.

La Fiscalía le dio total credibilidad a la versión: “No existe razón alguna para que el testigo falte a la verdad, no existe un móvil que señale la intención del testigo de falsear los hechos para involucrar al sindicado”, se lee en la resolución interlocutoria.

Para la defensa, sin embargo, existen cabos sueltos en las declaraciones de ‘Care Niña’. En una de sus versiones aseguró que había sido el propio Héctor Fabio el que le había confesado que estuvo en el operativo del plagio. Después, el 25 de enero de 2003, dijo que en realidad todo lo que sabía de Mazuera se lo contó Éver Freddy Mejía. Mejía asegura que eso no es cierto: “Care Niña’ busca, mintiendo, un beneficio propio”.

El procurador judicial Gustavo Montoya señaló otro detalle: ‘Care Niña’, tres meses después del secuestro, exactamente el tres de julio de 2002, antes de la captura de Mazuera en enero de 2003, también había rendido una declaración en la que explicaba cómo era la estructura del frente Manuel Cepeda Vargas de las Farc, quiénes eran sus integrantes. En ese entonces no mencionó a ningún guerrillero con el alias de ‘El Gordo’ o de apellido Mazuera.


El procurador leyó otros testimonios: el 25 de julio de 2002 Diego Eduardo Jilicue Pavi, guerrillero del frente Manuel Cepeda Vargas, describió a los milicianos de ese grupo. Tampoco mencionó a nadie con el alias de ‘El Gordo’.



III

Aquí en la cárcel le decían ‘Falso positivo’. Mazuera lo recuerda. Era un dirigente del Comité de Derechos Humanos en El Charco, departamento de Nariño. Se llama Harry Yesid Caicedo Perlaza y estuvo detenido, acusado de toma de rehenes, perfidia, homicidio agravado y rebelión por el secuestro de los diputados.


En septiembre de 2011, la Fiscalía lo dejó en libertad tras diez meses de cárcel. No existían pruebas para incriminarlo. Mazuera dice que lleva 9 años en una celda por delitos que tampoco cometió.

- Yo me presenté a la Fiscalía el 20 de enero de 2003, por un allanamiento que le hicieron a mi casa. Hablé con el Fiscal Juan Carlos Oliveros, le dije que si me requería, me presentaba, no tenía nada que esconder. Cuando me presenté, quedé capturado.


Fui presentado a los medios como el comandante que organizó el secuestro, dijeron que me capturaron en un operativo. No dicen la verdad. No dicen que fui y me presenté. ¿Si hubiera sido el guerrillero que dicen que soy, por qué voy a tocarle la puerta al fiscal?

Pero existe otra prueba en su contra: en ese operativo en su vivienda hallaron documentos escritos a mano con nombres de guerrilleros. Las pruebas grafológicas dictaminaron que no fueron escritos por él.

- ¿Qué explica entonces que esos papeles estuvieran ahí?

- Jamás los había visto. Tal vez los pusieron en el allanamiento. Tal vez alguien los dejó. Yo alquilaba mi computador por horas. Esa prueba también la desvirtué.


Fernando López cree que Mazuera es inocente. Fue su jefe en Carvajal. Está al teléfono.

-Se lo dije a la Fiscalía. A él no le quedaba tiempo para hacer algo distinto a sus funciones. Trabajaba de 7 de la mañana a cinco de la tarde y a veces se quedaba hasta horas de la noche. Los fines de semana hacía turnos. Eso se puede comprobar con las horas extras que se le pagaban.

Un excompañero que pidió no ser citado con su nombre contó un detalle: Mazuera, en algunos eventos sociales de la compañía, se disfrazaba de Barney, ese muñeco que encanta a los niños. “Siempre fue muy colaborador”.

Sus rutinas fueron otro argumento para intentar comprobar su inocencia: en el expediente del secuestro, los comandantes ‘JJ’ y ‘Franco’ explicaron que para el operativo entrenaron a sus hombres en campamentos ubicados en los corregimientos de Pichindé y Peñas Blancas. Tardaron meses. Por sus horarios de trabajo, Mazuera no habría podido tomar parte de esas prácticas en la montaña. Su enfermedad tampoco le hubiera permitido ponerse botas.


Mazuera se pone de pie. Abre los brazos, da media vuelta. Pide que lo mire: 130 kilos, 1.76 de estatura. En la época del secuestro debía pesar 120 kilos.


Se sienta. Habla de un video. Uno que se emitió en los noticieros y en el que aparecen los guerrilleros entrenando para el operativo, llegando a la Asamblea, saliendo de la ciudad. En ese video se ven los hombres que manejaban las motos. En ese video, jura Mazuera, se puede comprobar que no era él. “No hay ningún gordo”.



- ¿Ha pensado en la libertad?



- Todos los días. Me digo ya va a ser, ya va a ser, falta poco.



- ¿Y qué piensa hacer el día que salga de la cárcel?



- Le daré gracias a Dios. Y visitaré la tumba de mi sobrino. Un carro lo atropelló en Chile. Estando aquí encerrado ha muerto mi sobrino, ha muerto mi papá. Le dio un derrame ahí, a la salida de esta cárcel.

El peregrino de la linterna






Se llama Ezio Guadalupe Roattino: tiene 76 años, 30 viviendo en el Cauca y antes de llegar ahí había peregrinado la fe en el Magdalena y las favelas de Brasil. ¿Cómo ve la confrontación un misionero que antes de todo aquello había logrado escapar de la Segunda Guerra Mundial?

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS

Ezio Guadalupe Roattino está vestido con pantalón café, camisa azul manga larga, ruana. A esta hora, casi las nueve de la noche del 19 de julio de 2012, no parece un sacerdote. Luce, más bien, como otro campesino que camina por la plaza de mercado de Toribío con una linterna en la mano.

Es por la guerra. La linterna es por la guerra. En las noches, por algunas zonas del municipio, no se ve el cemento si se mira hacia abajo, no se tiene idea si a dos pasos hay un hueco, una zanja, unas gradas. La oscuridad por falta de alumbrado público es protección para los policías que patrullan el pueblo. En los cerros que lo rodean, dicen, el Sexto Frente de la guerrilla de las Farc ubica francotiradores que apuntan hacia los uniformados.


Pero el padre Ezio habla en este momento de paz. Alumbra con su linterna la puerta de la casa cural, se ríe, dice que tiene tantas llaves que no sabe cuál abre la cerradura. La paz, comenta, es precisamente eso: una búsqueda paciente.


Ezio Guadalupe Roattino, 76 años, lleva 30 viviendo en el Cauca, especialmente aquí, en Toribío. Mucho antes de eso había nacido en Europa, en lo que hoy es Eslovenia, el 19 de noviembre de 1936. Un poco después supo qué era la Segunda Guerra Mundial.


A Claudio, uno de sus mejores amigos de infancia, lo mataron los alemanes. Habían decretado el toque de queda. Claudio se quedó dormido en casa de unos familiares. Quiso ir a la suya. No era lejos. Incluso corrió hacia ella. Los alemanes gritaron. Claudio se asustó. Corrió más rápido. Le dispararon. El padre Ezio tenía 8 años. Cada vez que viaja a su tierra visita la tumba de su amigo.


En otra ocasión viajaba con su familia en un camión. Atrás, en medio de telas, se escondía un partisano, miembro de un grupo armado que se oponía a la ocupación Nazi en Italia. Un retén alemán los detuvo. Requisaron, descubrieron al partisano, lo mataron.


El padre Ezio cuenta historias de pueblos quemados, soldados alemanes que patean puertas de casas buscando a quien matar, su madre angustiada, niños escondidos en los techos. Arruga el rostro, cierra los ojos. Era la guerra. Lo marcó tanto, que se preguntó qué hacer para buscar la opción de un mundo diferente. Optó por la fe en Jesucristo, es misionero de La Consolata.


El padre Ezio ya está sentado tras un escritorio de la casa cural de Toribío. Asegura que esa deshumanización de la guerra que vivió siendo un niño, se ve en el Cauca.

- Es lo mismo, es lo mismo -  repite.

En el Cauca, dice, ha sepultado a jovencitos asesinados en Caldono, en Toribío. Fueron entregados en bolsas de plástico. Ha visto cuerpos a orillas de la carretera que lanzan ahí para asustar, para advertir que existe una ley de la muerte. Una chiva bomba que estalla en la plaza de mercado, cilindros que destruyen casas. Pero ha visto sobre todo niños asustados que a veces, en el confesionario, aceptan que han querido matarse.



- Eso es la guerra en Toribío hermano. Eso es.

Una guerra que le genera miedo: Acaba de sonar lo que parece una explosión en la montaña, unos tiros. Calla, señala hacia el lugar de donde provino el sonido.

- A lo mejor, padre, es la puerta de un carro que cerraron duro.

Se ríe otra vez. - Eres un optimista- dice. Vuelve a hablar del miedo.

Son tantos años en el Cauca, tantos años de bombardeos, amenazas, ametrallamientos, que vivir así es una zozobra, un desgaste nervioso. Es inevitable, entonces, sentir miedo. Pero es un miedo que siempre se vence. El padre Ezio menciona a un amigo suyo, su mentor, justo quien lo invitó a trabajar en el Cauca después de haber estado en el Magdalena y en las favelas de Brasil: el sacerdote Álvaro Ulcué Chocué, el primer sacerdote católico indígena de Colombia. Cuando lo mataron, dice Ezio, el 10 de noviembre de 1984, Álvaro Ulcué sonreía. Él lo vio en el ataúd así, feliz entre la muerte. Álvaro Ulcué decía: no tengan miedo, no tengan miedo de morir. El valor contagia, asegura Ezio, que ahora explica el por qué de la guerra en el Cauca.

Es la codicia. Esa es la razón. El primer homicidio en la historia humana sucedió por eso. Caín mató a Abel porque no reconoció que tenía una deuda. San Pablo dice en sus cartas que el principio de todos los males es la codicia. Y una guerra se inicia fácil. Una guerra se inicia cuando juegan a las bolitas y el más fuerte le quita al otro. En el Cauca, es lo que quiere decir el padre, la guerra es social, se origina por las inequidades. Ahí está la raíz. También es una guerra cultural. Los bandos quieren imponerse, quieren ser superiores a su prójimo.

Y no, no es que en 30 años el padre Ezio haya hecho grandes proyectos por la paz del Cauca, no es así, comenta. La paz no es una opción de una persona, sino de muchas. La paz es la convivencia de las diferencias. Y en realidad no es que exista la paz. Tal vez en un cementerio, tal vez en una dictadura, donde quieren que todos seamos fotocopias, exista. Pero no. En realidad la paz es escuchar las diferencias, dar y recibir. Sencillo. Entonces el padre Ezio no sabe si pudo haber hecho algo por pacificar el Cauca o no. Él, dice, simplemente acompaña, jamás se ausenta. Siempre está aquí, con la gente. Ese, quizá, sea su aporte. ¿Qué hago yo por la paz? Tal vez tener la puerta abierta para el que necesita entrar.

Eso explica por qué, junto con la Guardia Indígena, subió al Cerro Berlín hace dos días. Acompañó a sus líderes que buscaban retomar el territorio, desplazar a los militares. Soportó, al siguiente día, los enfrentamientos entre el escuadrón antimotines de la policía y la guardia. Tragó gases, caminó horas, tosió, se ahogó, lloró.

El domingo 8 de julio de 2012 también respaldó a la comunidad de Toribío que llegó hasta el lugar donde unos guerrilleros habían lanzado un tatuco contra el hospital indígena del pueblo. La comunidad inutilizó el aparato con el que lanzan los explosivos, exigió que no atacaran más al municipio. Helena Briceño, una enfermera del hospital, gritaba que no la dejaran morir, acababa de ser herida. Perdió una de sus piernas y fue justo en ese momento, asegura Ezio, cuando empezó a gestarse una suerte de resistencia civil en la zona. En Toribío están cansados de la guerra que destruye casas, sega vidas, mutila piernas.


Acompañar, repite el padre Ezio, es su aporte a la paz de esta tierra. El buen pastor, agrega, jamás huye cuando el lobo llega. Ahora bosteza, se soba los ojos, mira su reloj. Debe ir a otra entrevista. Son las diez de la noche. El padre Ezio camina de nuevo con su linterna prendida por el parque del pueblo.

viernes, julio 20, 2012

En Toribío temen nueva toma de la guerrilla





El rumor que corre en el pueblo es que el VI Frente de las Farc se tomaría el casco urbano en represalia por la captura de cuatro de sus miembros por parte de la Guardia Indígena. “La amenaza está latente”, confirmó el mayor de la Policía Simón Cornejo.


Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Ernesto Guzmán Jr
EL PAÍS

En la noche de este miércoles, la mayoría de los periodistas que cubren el conflicto en Toribío durmieron en jeans, camisa, medias, celular en el bolsillo, zapatos a la mano, maleta lista. También diseñaron un improvisado plan en caso de emergencia: si a la guerrilla le daba por lanzar cilindros bombas y tatucos contra el pueblo en la madrugada, se deberían encontrar en un mismo punto para protegerse: el sótano de una casa - hotel del municipio.

En Toribío corre el rumor de que el VI Frente de las Farc se tomará el pueblo. Se trataría de una represalia por la captura por parte de la Guardia Indígena de cuatro de sus miembros hace apenas dos días.

El párroco de Toribío, el sacerdote canadiense Alain Forcier, dice que a la Iglesia ha llegado la misma información. Entonces ha dormido poco. El misionero keniano Irungu Muangai Patrick agrega que muchas veces esos rumores son simples chismes, pero en el pueblo chismes como esos se hacen realidad. Después se levanta de su escritorio, muestra el marco de una ventana metálica agujerada por una bala hace meses, cuenta que por un vitral de la Iglesia entró una bala que fue detenida por un pino. Ni acá adentro en la parroquia, comenta el padre Forcier, estamos seguros.

La iglesia está a un par de cuadras del búnker de la policía, donde el mayor Simón Cornejo, protegido por una trinchera construida con sacos de arena, confirma que la amenaza del ataque de la guerrilla está latente, según información de inteligencia militar. Siempre en este pueblo es así, dijo, como acostumbrado a la zozobra.

En el casco urbano del pueblo insisten que están casnados de aquello. Se enfrenta el Ejército con la guerrilla en un conflicto que ninguno ganará jamás, ninguno perderá. Los que pierden son precisamente ellos, los habitantes del pueblo.

Mientras los actores armados se enfrentan, acá se cierran las tiendas, los almacenes, los restaurantes, se detiene la economía. Nadie sale a la calle, los estudiantes pierden clases. Caen las bombas además, se caen las casas, aparecen las víctimas. A Helena, por ejemplo, la enfermera jefe del hospital indígena, le  amputaron la pierna después de que un explosivo cayera hace una semana contra el centro de salud y ella resultara herida. Aquí los perdedores son los que andan sin armas y se dedican a asuntos tan opuestos a la guerra como eso de salvar vidas.

En la noche del miércoles se fue la luz en el pueblo. Algunos periodistas se asustaron. Los habitantes cuentan que en Toribío se va la luz, después vienen los cilindros volando. Por fortuna el apagón no duró más de diez minutos. Sigue la calma, aunque ya es mediodía del jueves y el fluído eléctrico se ha cortado de nuevo.





En Toribío, sus habitantes piden que el Ejército se quede






 Moradores del casco urbano rechazan que la guardia indígena haya desplazado con violencia a los soldados del Cerro Berlín. Exigen que solucionen el conflicto hablando. “Sin la Fuerza Pública este pueblo habría desaparecido”, dicen. Reporte sobre gente que se acostumbró a vivir en guerra.


Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Ernesto Guzmán Jr.
EL PAÍS


Toribío es un embudo. Esta, la plaza de mercado, es su diminuto centro. A los alrededores hay montañas gigantes verde oscuro. Al frente está el Cerro Berlín. Se está quemando. Es mediodía y se está quemando.

Allá arriba hay caos. Gases que ahogan, queman la cara, arden los ojos, ahogan la nariz y la garganta, gente que corre con desespero montaña abajo para esquivarlos: indígenas, periodistas, defensores de derechos humanos. En lo más alto, miembros del escuadrón antimotines de la policía gritan, amenazan: no suban más o los ‘gaseamos’. La Fuerza Pública se enfrenta con la Guardia Indígena. Buscan recuperar el control de ese territorio que los nativos dominaban hace apenas una noche. Un caballo se desespera, relincha, patea, asusta.

Acá abajo hay tensión pero la vida sigue. La heladería y cafetería Babelilla tiene sus puertas abiertas, lo mismo que el Estadero Punto Sabroso, el almacén Agrotoribío. Los restaurantes alistan pollo para el almuerzo. El pueblo está lleno de periodistas hambrientos que bajan de ese cerro ardiente después de tres horas de caminata.

La vida sigue. Cientos de moradores de Toribío no han subido al Berlín como sí lo han hecho indígenas de Caloto, de Miranda, de Tacueyó, de veredas cercanas. No apoyar a la Guardia Indígena esta vez evidencia el estado de ánimo de quienes viven en uno de los municipios más hostigados por la guerrilla de las Farc en toda la historia. En Toribío muchos no están de acuerdo con que la Guardia haya sacado a empujones a los soldados del cerro Berlín. Tampoco quieren que se vaya el Ejército.

Edinson Salazar, por ejemplo, conversa en el parque del pueblo y dice que aunque es indígena, no puede estar de acuerdo con la violencia de la Guardia. Responder de tal manera es tirarle gasolina al fuego, agravar el conflicto. Aquí, dice, necesitamos dialogar. Que se haga una consulta con la comunidad para que responda si quiere o no a la Fuerza Pública en el municipio y por qué. Pero aquí nos fuimos directo a pelear sin antes haber hablado y eso no se entiende.

William Vitonás atiende su negocio de artesanías y juguetes. William dice que a nadie se le puede olvidar que Toribío es Colombia, territorio nacional. El Ejército, entonces, debe permanecer. Es su obligación. A la Guardia se le fue la mano. Así no se trata a los soldados. Ellos son los que no han dejado que el pueblo se acabe. Si los soldados no estuvieran, Toribío no existiría. Que sigan.

Liliana Cecue vende botellas de agua en una miscelánea y piensa igual. Los habitantes de Toribío estamos de acuerdo con la Guardia Indígena en el sentido de no querer más hostigamientos por parte de la guerrilla, pero se sobrepasaron con el Ejército. Los soldados son humanos, no se les puede tratar así. Y es que ellos no tienen la culpa de nada de lo que pasa en el Cauca. Los soldados, como lo somos todos, son empleados. Obedecen órdenes y la órden de permanecer en el Cerro Berlín la dio el Presidente. ¿Qué hacen, entonces?

Además, sigue Liliana, Toribío sin militares sería territorio de la guerrilla. Acá ya se ha visto: cuando tumbaron la estación de policía, el pueblo se quedó sin la Fuerza Pública y las Farc cogió al municipio de andadero, pa arriba y pa abajo. Llegaban a lo hora que querían y a todo el que empezó a trabajar le cobraban impuestos. Ellos querían mandar a todo el mundo y esto tampoco debe ser así.

Braulio Edinson Mendoza vende tenis a la vuelta del bunker de la policía y en cambio él sí está de acuerdo con que se vaya el Ejército. Nadie se atreve a contradecirle su argumentación:

Las Farc, claro, son las responsables de las desgracias, de los hostigamientos en Toribío. Pero si no hubiera estación de policía, los guerrilleros no tendrían excusa de atacar con tatucos, bombas. Uno de esos cilindros bomba cayó aquí, en esta casa, en 2005. Si la estación no estuviera en el pueblo eso no hubiera pasado. ¿Cómo no querer lejos a soldados y policías? Me salvé de milagro. Además, mi viejo, todos los gobiernos han metido miles y miles de militares al Cauca. Fíjese que Uribe hablaba hasta de mano dura. ¿Y qué ha pasado? Aquí nos siguen atacando. Nadie les garantiza a los habitantes de esta población su seguridad. Esto se arregla con inversión social, mi viejo, pero el Estado nos ha dejado solos.


Ahora suenan ambulancias, pitos, una explosión que pareciera la de un tatuco estallado en una montaña. Toribío sigue en conflicto. Los periodistas se asustan, saltan de sus asientos, se tensan. La comunidad no. Una explosión aquí es tan común como el sonido de una licuadora. En diez años se cuentan 500 ataques de las Farc. En Toribío están resignados, se acostumbraron a vivir en guerra. Son las 6:00 de la tarde.