lunes, diciembre 19, 2011

Poeta involuntario




Héctor Abad Faciolince publica un nuevo libro: ‘Testamento involuntario’. Son poemas. Poemas escritos con mucho miedo durante los últimos años. El libro está dedicado a Daniel, un amigo de infancia que de tanto desamor y tanto verso se pegó un tiro.



Por Santiago Cruz Hoyos
Gaceta - El País
Fotos Cortesía Alfaguara

Los poemas los escribió durante años, “en cuadernos y papeles dispersos”. Los escribió - escribe - con miedo, “como quien sufre de vértigo y se asoma al vacío de un acantilado”.Es que resulta que muy niño, a los trece años, fue que empezó a escribir poesía a escondidas. Él junto con su mejor amigo, Daniel Echavarría, “desconociendo el peligro al que nos exponíamos”.

Hasta que Daniel, atribulado por desamores y palabras y poemas propios, no aguantó más esta vida y se pegó un tiro en el paladar. Tenía 17 años.

Por eso, en parte, el miedo. Por eso Héctor Abad Faciolince dejó de escribir poesía, para no repetir el destino de su amigo, “y me refugié en la serena superficie de la prosa”. De vez en cuando, muy de vez en cuando, se acercaba de nuevo al peligro, al filo, volvía a ser poeta.

Esos versos escritos al borde del abismo los acaba de publicar en un libro que se llama ‘Testamento Involuntario’ (Alfaguara). Se llama así porque Héctor no cree que vuelva a acercarse a la poesía, y esta obra fungirá entonces como su testamento poético, “lo poco que puedo dejar en este género después de más de media vida dedicada a juntar una palabra con otra”.

El libro está dedicado a Daniel, por supuesto.

II

Héctor Abad; ¿qué es un poeta?

Alguien capaz de usar las palabras para decir de la manera más precisa, armoniosa y económica, algunas verdades que los demás solamente intuimos confusamente y apenas podemos balbucir. Alguien que ve más, siente más, y es capaz de traducir al lenguaje esa experiencia exacerbada.

¿Y la poesía?

Poesía es el resultado de lo que hacen los buenos poetas. No es un amanecer, o un atardecer, o el amor correspondido, o una rosa rosada; eso es lo que los malos poetas llaman poesía, pero son simplemente situaciones agradables o posible presencia de espinas.

¿Y usted en realidad por qué le tiene miedo a la poesía? Yo no sé si es porque a ese género se le mira tan lejos, como de gente superior, como de genios, como un asunto reservado para alguien que tenga un apellido como Pessoa o Greiff…

Los poetas, en general, no son genios. Creo que hay buenos poetas geniales e incluso uno que otro poeta muy bruto (y en general no muy bueno). Los apellidos son todos idénticos; ni buenos ni malos. Simplemente hay algunas personas que han sido capaces de hacerle honor a su apellido corriente, y es eso lo que hace que sus nombres nos parezcan importantes. Le tengo cierto respeto a la poesía porque me acerca a la muerte como tema y como realidad; por eso me acerco a ella con respeto, incluso con humildad: ser buen poeta es casi imposible.

¿Y para qué sirve leer poesía?

Creo que la poesía es la más decantada de las artes que se practican con las palabras. García Márquez, que es un genio de la prosa y de la crónica, ha sido un gran lector de poesía, e incluso en sus libros uno descubre versos de Rubén Darío, de los poetas piedracelistas, de otros.

Los poetas -quiero decir los buenos poetas- son los que más nos enseñan el uso creativo y novedoso de esta herramienta de palabras que es el lenguaje. Cualquiera que desee dedicarse a un ejercicio con palabras debería leer a los grandes poetas de la propia lengua, por lo menos. Lo más novedoso, lo más arriesgado, lo más insólito en el uso de las palabras, es eso a lo que los poetas se han atrevido. La poesía es una lección de abismo, pero también de profunda recuperación del pensamiento más hondo gracias al buen uso de las palabras en toda su extensión: sonora, expresiva, significativa, precisa, directa, implícita, explícita… todo.

A propósito de crónicas: sus poemas en realidad son historias. ‘Virginidad’ narra la historia de una niña enamorada de usted; ‘Rutina’, describe esos comportamientos que repetimos desde que nos levantamos; ‘Manicomio’, la historia de sus hermanas. Poemas – historias…

Cada sección de este libro se abre, en efecto, con un poema narrativo, es decir con un poema que cuenta una historia. Son los poemas más largos del libro. En el origen la poesía contaba historias (en la épica, en los romances, en los cantares y canciones); después la poesía se fue convirtiendo en algo demasiado íntimo y expresivo. A mí me gustan todas las escuelas: la de lo expresivo, la de la experiencia, la intimista, pero también la narrativa.

Hablemos sobre Daniel Echavarría. ¿Se acuerda de un poema de él? ¿Por qué la poesía no pudo salvarlo?


No recuerdo ningún poema de Daniel de memoria. Tal vez sus poemas no eran memorables; eran los primeros balbuceos de dos adolescentes que leían a Machado, a Miguel Hernández, a Neruda y a Carlos Castro Saavedra; no todas eran buenas influencias, y nosotros estábamos apenas aprendiendo a entender qué era la poesía. Pero él me enseñó la seriedad y la importancia del oficio de jugar con las palabras. Él se pasaba las noches escribiendo, y al otro día por la tarde me leía lo que había escrito. Estoy seguro de que algún verso era bueno, pero por desgracia no recuerdo ninguno.

La poesía no salva a nadie, y por eso tampoco pudo salvarlo a él. La poesía incluso puede producir lo contrario: una condena a la hipersensibilidad, a tratar de percibir el mundo con una amplificación de lupa, de microscopio, de telescopio, y eso puede ser muy doloroso, porque intensifica lo absurdo, lo horrible. Quizá Daniel no pudo aguantar su exceso de sensibilidad para traducir el mundo a las palabras.

Héctor, ¿y por qué este libro es su Testamento Involuntario?


Porque no sé si vuelva a escribir poesía. No es mi testamento en el sentido de una herencia material o literaria, pero sí podría ser mi testamento poético: lo poco que puedo dejar en este género después de más de media vida dedicada a juntar una palabra con otra.

Involuntario porque la poesía es involuntaria: uno no puede escribir poemas con un esfuerzo de la voluntad. Los poetas no son perezosos; lo que pasa es que a un poeta no le sirve de nada esforzarse, ser disciplinado, levantarse a las seis o acostarse a las once. La poesía llega porque sí, y no sabemos por qué ni a dónde van a brotar sus palabras. Hay personas que reciben el soplo de la poesía y personas que no. Y además ese soplo es casual, caprichoso, intermitente. Leer poesía ayuda a oír las posibles señales poéticas que se nos ocurren en la cabeza, pero no garantiza que escribiremos buenas poesías. Si mucho lo que nos da es la capacidad de distinguir lo poético de lo falsamente poético, que es la mayoría. Uno puede oír un verso bueno por la calle, en un bus, pero hay que tener el oído muy afinado para poderlo distinguir en medio de tanto ruido y de tantas palabras vacías, repetitivas, sosas.

¿Pero cómo se da eso de la poesía en Héctor Abad?


Como dice el Evangelio, el Espíritu sopla donde quiere. A veces puede soplar en la cabeza de un asno; la poesía sopla donde quiere y cuando le da la gana. Hay, sin embargo, cosas que ayudan: soledad, silencio, incomunicación (estar por ejemplo en un sitio donde no se entiende ni una palabra de la lengua). Y curiosamente creo que cierta melancolía le conviene más a la poesía que la exaltación de la felicidad. Incluso los poetas llenos de humor no oyen sus burlas en una farra, sino más bien en un entierro.

Usted escribe en el libro que “el poeta que consigue combinar varias palabras en una frase perfecta, siente un antiguo goce animal”. ¿Cómo es eso?


El goce animal es el que no pasa por nuestra cabeza consciente y pensante. Es el gusto por una comida, por saciar la sed o el deseo, por sentir un calor, una caricia, un roce sin que nada de esto esté contaminado por el pensamiento. El goce animal puede ser bañarse en el aguacero, o en un río, mirar un árbol, comerse un trébol, acostarse en la hierba a mirar las nubes, pero con la mente en blanco.

Hablemos de las ciudades de estos poemas: fueron escritos en Caracas, Lisboa, Moscú... ¿se viaja solo y entonces se escribe poesía?


La soledad de los viajes ayuda a oír a ese compañero que siempre va con uno, que es, precisamente, el que de vez en cuando está de humor para dictarnos un poema, o al menos un buen verso. Los viajes sirven para salirse de la rutina y del ruido de la vida cotidiana. La mente, el oído, la sensibilidad animal se aguzan, y a veces, entonces, sopla una cosa en el cráneo que nos dice una buena combinación de palabras.

Por último, un comentario: acabo de terminar de leer su libro y le cuento que quedé con ganas de leer poesía. Ahora mismo voy a la librería. ¿Usted qué me recomendaría?


Si una novela da ganas de leer otras novelas; si una crónica despierta el deseo de volver a comprar periódicos, si una poesía hace pensar que tal vez valga la pena leer poesía… es buena seña. Consígase ‘Principio y Fin’, de Szymborska; ‘Juan de Mairena’, de Antonio Machado; ‘Las personas del verbo de Gil’, de Biedma; ‘Montañas’, de José Manuel Arango o el último libro de Piedad Bonnett. También le aconsejo una poeta canadiense, Anne Carson.
 
 


martes, noviembre 15, 2011

El país de los huyentes




Alfredo Molano viajó a la frontera entre Colombia y Ecuador. Allá se encontró con seis historias de colombianos. Escribió un libro: ‘Del otro lado’. Son relatos de cómo es vivir en la zona, memoria de colonos que han sido desplazados por la guerra hasta esa línea divisoria.


Por Santiago Cruz Hoyos
GACETA - EL PAÍS
Fotos: Cortesía Aguilar.

El primer viaje a la orilla ecuatoriana lo realizó para escribir un reportaje sobre las fumigaciones a los cultivos de coca. Después volvió. Esta vez para asistir a un seminario sobre la situación de los refugiados en la frontera, “que comenzaba a ponerse delicada”. Y sucedió lo de la muerte de ‘Raúl Reyes’. Otra historia que debía escribir. Regresó.


“Todo eso me fue haciendo el camino hacia el tema. Los temas van apareciendo lentamente, no es que me ponga a pensar sobre ellos”.

Fue Javier Ponce, sociólogo, ministro de defensa de Ecuador y uno de los organizadores del seminario, el que le propuso hacer el libro: relatos, “como los que tú haces”, sobre la situación de los colombianos refugiados en la frontera. Jaime Díaz, además, un hombre que trabaja con oenegés en Colombia, realizó las gestiones para financiar el proyecto. Y sí, resultó.

Esa, en resumen, es la historia de cómo surgió ‘Del otro lado’ (Aguilar) el más reciente libro del sociólogo, periodista, columnista Alfredo Molano Bravo. Son seis testimonios, tres hombres, tres mujeres: Demetrio, Mariana, el Abeja, Nury, el Maromero, Rosita la Peligro. Todos, huyentes de la guerra en Colombia que por distintos caminos llegaron a la frontera con Ecuador.

Pero no sólo eso. Son relatos de un país que en las ciudades es desconocido: heridas que se curan con panela, prostitutas que tienen bajo sus camas a sus bebés, en cajas, peces que matan a los hombres con veneno, gente que viaja a pie por esa selva, familias con muertos que no han podido enterrar porque están desaparecidos, fantasmas que cantan rancheras con una guitarra palo de rosa, duendes, mujeres que son transportadas en hamacas para parir, ríos, pueblos que jamás se han escuchado, madres a quienes les mataron a sus hijos en falsos positivos y por ahí derecho, dicen, les mataron el amor, animales extraños como la culebra ‘cuatronarices’.

“Una de mis intenciones con el libro es mostrar ese país que no se conoce, esa cantidad de ríos que nadie ha oído nombrar, ese Caquetá que nadie sabe para dónde va, o de dónde viene el Putumayo, eso que en los colegios no se enseña: historia local. Un poco mi intención es esa, mostrarle al país que existe otro país de colombianos que trabajan y que sufren y que viven igual que nosotros. Son desconocidos, borrados, invisibilizados”, dice Molano.


II

¿Cómo se desarrolló la investigación del libro?

Las entrevistas se hicieron, todas, en Ecuador, básicamente en dos zonas: la oriental y la occidental. La oriental es la zona amazónica. Es una zona petrolera, de una colonización que viene desde los años 80, 90. Es una colonización particular porque muchísimos de los colonos de la zona son colombianos de la orilla del río, y esa orilla del río cada vez se adentra más al Ecuador. Esa franja de colonización va corriéndose de colonos colombianos, o de hijos de colonos colombianos, hacia el sur. Son colonos campesinos que han sido desplazados por la guerra: por la guerrilla, por los paramilitares, por el Ejército, por las fumigaciones, por la guerra.


Y en el otro lado, el occidental, por el lado del Pacífico, donde la capital es Esmeraldas, toda esa zona es de colonización colombiana, pero es una colonización empresarial. Es decir: palma africana. La misma palma de Tumaco que va hacia el sur. Muchos de los colonos de esa zona se emplean como gente de seguridad de las palmeras. También hay técnicos, panaderos y avivatos que van detrás de lo que caiga, de la oportunidad. Son dos formas de colonización distintas en sus modalidades, aspiraciones, composición, en su dinámica misma.


Demetrio, uno de los protagonistas del libro, sugiere: Colombia, un país de ‘huyentes’. ¿Es tan así?

Sí. Fíjese usted: (a) esa gente que está en Ecuador hoy, yo les he seguido su camino desde los conflictos que vivieron en el Sumapaz y en el sur del Tolima, que son conflictos también heredados de los años 30, por los problemas de ley de tierras. Esta gente ha sido azotada por la violencia de los años 50, después en los 60 con las repúblicas independientes, luego fueron expulsados hacia el oriente de la cordillera oriental, sobre todo al Piedemonte Llanero, y de ahí han seguido desplazándose hacia el Caquetá, el Meta, Putumayo hasta llegar al Ecuador. En Colombia hay un camino abierto por gente que huye.


Pero en la frontera, los colonos siguen en conflicto. Hay disputas con los ecuatorianos, conflictos nacionalistas, de patria...

Los colombianos son, en general, muy lanzados, muy vivos, muy jodidos. Cualquiera que sea. Tanto el empresario como el colono entran a codazos. Y además han sido víctimas de la violencia, y han desarrollado una terminología muy fuerte, muy agresiva. Allá entran a hacer negocios, a colonizar o a tumbar lo que sea, a hacer lo que han hecho y lo que les han hecho. Eso, con unas comunidades ecuatorianas muchos más pacíficas, que no han tenido el horror de la guerra, genera conflictos.

¿Influyó en esos conflictos el enfrentamiento entre el presidente Rafael Correa y el ex presidente Álvaro Uribe?

Yo creo que los conflictos que se viven en la frontera son expresión de lo que pasó con Correa y Uribe. Yo hablé con altos personajes del poder en Ecuador, y ellos sienten que los ecuatorianos están resentidos con Colombia por la manera como ha entrado al país. Como han entrado los colonos, los empresarios y luego el gobierno con armas, con las fumigaciones. Haber entrado con aviones, con fumigantes, es, simplemente, la expresión estatal de lo que hace el colono que llega a empujar al otro.


Pero después de hacer la investigación del libro, ¿cree que ha cambiado la situación en la frontera con la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia?

Yo creo que sí ha cambiado en algo. Eso se expresa en el cambio de Correa. Inclusive, ya no tiene esa mirada que le hizo a Uribe en la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo. Es que así como miró Correa a Uribe, así, en cierta medida, miran a los colombianos en el Ecuador. Una desconfianza, un miedo. Pero naturalmente ha cambiado, aunque de todas maneras hay una gran prevención. Sin embargo, entre colombianos y ecuatorianos también se ven alianzas de capitales, o alianzas de campesinos. Hay campesinos colombianos que viven en el Ecuador pero que trabajan la coca en Colombia. O ecuatorianos que viven en su país pero que también trabajan la coca en Colombia. La coca es un fenómeno tanto colombiano como ecuatoriano. Ambos la trabajan.


Sin embargo, en el libro se dice que no se siembra coca en Ecuador para no “calentar la zona”. La frontera es vista por los colombianos como zona de refugio, entonces no siembran coca...

Sí, no siembran coca en Ecuador para respetar, para que no se les caliente la zona como usted dice. Sin embargo, la frontera es una vía para sacar la droga. Es decir: el narcotráfico sí usa el Ecuador. Los colonos cultivadores son más prudentes porque son más débiles. Los otros uno no sabe con quién están asociados.


¿Usted qué análisis hace de lo que será el futuro de esa frontera?

Si este gobierno actual logra llegar a un acuerdo con la guerrilla, esa frontera será próspera, rica. Tiene gente, suelos. Un arreglo con la guerrilla permitiría una colonización regulada. Si eso no existe, si seguimos así, se continuará con una colonización irregular, semillero permanente de conflictos. Y eso podrá seguir dándose en otras fronteras: Brasil, Perú.


El libro, para los que hacemos periodismo, confronta: cada vez viajamos menos, cada vez cubrimos lo cercano, cada vez se depende más de Internet para contar lo que pasa en las regiones. ¿Qué piensa de cómo se está ejerciendo el oficio?

Eso del Internet a mí me asusta. Fíjese que lo que sucede es que se cita sobre citas. Y comienza una especie de pirámide de información. Se cita una página de Internet, o se toma información de una página, y esa página ha tomado citas de otra página, y eso crece y se van creando unas verdades que son improbables. Y el periodismo cada vez se aleja más de la fuente directa, de los viajes y sobre todo, de esas fuentes regionales. Porque pues valen. Y finalmente los diarios son empresas que tienen una contabilidad particular, de empresarios, de modo que entre más se ahorre, mejor. El Internet es una gran herramienta, pero también es peligrosa: ¿cuál es la fuente ahí?


¿Qué espera de ‘Del otro lado’?

La expectativa es que se lea y se rompan un poco esas imágenes de la frontera, que está tan ignorada, tan invisibilizada . Sólo cuando hay un bombardeo, una situación tensa con Ecuador, nos interesa la frontera. De resto no. Pero en esa frontera viven 500.000 colombianos, 500. 000 colombianos en rebusque.

Yo a veces me desmoralizo. Se escribe sobre la realidad, pero pareciera que a nadie le importara eso. Y a veces pienso que me repito, aunque todo el mundo se repite. Yo me repito, pero lo que pasa es que la realidad también se repite.



miércoles, noviembre 09, 2011

La peligrosa ruta de la montaña

Las chivas, el símbolo más autóctono del país, es también un símbolo del atraso. Vías imposibles y falta de revisión convierten destinos en utopías.



Por Santiago Cruz Hoyos - El País
Fotos: El País




La chiva Ford modelo 43 que maneja Wilmer Agúdelo por la vía Potrerillo - Palmira, hasta una pequeñisima vereda llamada Tenjo, es periódico en la zona.

Sí. Las noticias aquí en la vereda se publican y viajan en la chiva. Al interior del viejo bus escalera están pegados varios carteles que anuncian los más recientes hechos de la semana. La gallera Caponera, se lee, invita a la comunidad a una gran pelea de gallos; la familia de la señora Neftalí Muñoz invita al triduo de misas que se va a hacer para ayudar a descansar en paz a la difunta; en este diciembre hay un tour por el alumbrado de Cali y las inscripciones están abiertas...

Es miércoles de finales de noviembre y el vehículo, considerado Patrimonio Cultural de Colombia, avanza a 40 kilómetros por hora no porque no dé más velocidad, sino porque es imposible acelerar en esa vía que aunque está pavimentada, en cada metro tiene un hueco. Quizá por la costumbre de pasar por ahí a ninguno de los pasajeros parece importarle y prefieren distraerse mirando el paisaje.

Seguro los 6 usuarios que en este momento viajan hacia Tenjo no piensan en la chiva, en el sitial que debe tener en la historia del país. Como escribe el periodista Carlos Múnera, si con la mula se fundaron muchas tierras en Colombia, la chiva las colonizó. ¿Qué otro aparato se arriesga a transitar por esas trochas del campo que conectan a los municipios con corregimientos y veredas y que son llamadas vías terciarias justamente por ser de tercera y olvidadas por los gobiernos municipales?

Sólo la chiva se aventura por esos caminos llevando y trayendo campesinos con sus bultos de papa, plátano, tomate o hasta trasteos y encomiendas.

Y cada vez que una chiva llega a su destino después de sortear barrancos el logro toma tintes épicos, de hazaña. Lo triste es que esa hazaña no es noticia, y en cambio sí lo es que el viejo aparato ruede por un abismo, vencido por los terrenos en mal estado, sin señales que anuncien curvas peligrosas, terrenos inestables que para atravesarlos se necesita doble transmisión y hasta el respaldo de Dios.

Noticia como la que se dio en la noche del sábado de la semana pasada en el departamento del Cauca. Una chiva que iba desde Jambaló hasta Silvia rodó por un barranco. En el accidente resultaron heridos 28 indígenas y perdieron la vida 17. Aunque iban para un evento religioso, no hubo milagro que los salvara. “La carretera estaba muy mala y se hacía de noche. De repente vimos cómo la chiva perdió el control y rodó por ese abismo”, narró Yareli Ulcué, un sobreviviente.

En lo que va de 2010, según las cifras de la Policía de Carreteras en el Cauca, han sucedido 25 accidentes de buses y chivas (no se discrimina entre unos y otros). De seguro en esas estadísticas aún no han incluido el pasado accidente del sábado. Porque en todo el año la cifra de heridos según la Policía de Carreteras es de 45 y la de los muertos, sólo 7.

Y hay tragedias que no se registran: precisamente los accidentes que suceden en las vías terciarias y no son tan escandalosos como para salir en los periódicos. La Policía de Carreteras lleva la cuenta de lo que sucede en las vías principales, que son su foco de atención.

Todos lo saben. Una de las causas primordiales que hacen que los buses escalera se accidenten es el mal estado en el que están las vías terciarias. “En el departamento las vías que comunican a los municipios con veredas y resguardos indígenas presentan terrenos inestables, no tienen señalización y en épocas de invierno como las actuales se vuelven aún más peligrosas para transitar”, dice el Capitán Andrés Conde, Comandante de la Policía de Carreteras en el Cauca.

Allá las vías más peligrosas, según el Patrullero Manríque de la Policía, son las de Silvia – Jambaló; Totoró - Piendamó y las que van hasta El Bordo.

El Mayor Saúl Carrillo Arévalo, Comandante de la Policía de Carreteras en el Valle, agrega otros detalles. “Otra de las razones que explican los accidentes que suceden es el estado técnico - mecánico de las chivas. Son vehículos que por lo general han cumplido su vida útil, pero que sin embargo aún siguen utilizados en veredas y corregimientos para el transporte de personas. De igual manera es muy frecuente que estos vehículos lleven sobrecupo en sus viajes y eso aumenta el riesgo. Por supuesto, sabemos que en el campo la única opción para viajar de las personas es la chiva, pero el conductor debería tener la precaución de no montarle tanta gente”.

En lo que va de este año, la Policía de carreteras del Cauca ha impartido 1.033 comparendos por infracciones de tránsito. 42 de esos comparendos se expidieron por que buses y chivas no pasaron la revisión técnico - mecánica.

En el Valle el número de comparendos por ese motivo, en este año, es de 45 y el número de accidentes de buses, 12. La vía que más registra percances en el departamento es el tramo Andalucía - Cerritos.

Lo de las chivas que hace rato cumplieron su ciclo es cierto. Esta que sigue su camino hacia Tenjo es modelo 43. Pero hay otras más viejas. Wilmer Agúdelo, el conductor, dice que en la zona sigue rodando una chiva modelo 37. Y que la más nueva es una modelo 86. “Pero cada 15 días se les hace mantenimiento”, aclara.

El dato es símbolo del olvido y el desinterés de los gobiernos hacia el campo. En pleno Siglo XXI se habla de metros y Sistemas de Buses Articulados con aire acondicionado para las grandes ciudades, pero en las veredas la gente sigue transportándose en vehículos con tecnología de hace 70 años.

Y hay otro dato que demuestra ese olvido en el que está el campo: en el Valle, según el Secretario de Infraestructura del Departamento, Juan Gerardo Sanclemente, hay 4.00 kilómetros de vías terciarias. Él 90% están sin pavimentar.

“Las vías terciarias son responsabilidad de los municipios y no del gobierno departamental o Nacional. Y por lo general los municipios no tienen plata para el mantenimiento de esas carreteras. Si Cali, que es capital de departamento, tiene sus vías terciarias en mal estado, imagínese lo que pasa en otros municipios”...

La chiva de Wilmer Agúdelo que sigue su ruta hacia Tenjo tiene nombre de súper héroe: Kalimán.

Es el protagonista de una radionovela famosa. Ese que va por el mundo armado con una daga y acompañado de un niño llamado Solín con un sueño utópico: hacer justicia.

En este caso la vieja chiva Kalimán no lo logra. Hablar de justicia en las trochas por las que se mueven los campesinos e indígenas causa risa.

Hoy, por ejemplo, los seis pasajeros de Kalimán tienen suerte. Aunque la vía está en mal estado, el paso está abierto y pueden llegar a su destino.

Pero muy cerca de allí pasa todo lo contrario. En una vía cercana, la que conduce al corregimiento de La Quisquina y La Nevera, hubo un deslizamiento de tierra. Fue en la zona de la vía conocida como La Variante y la trocha se taponó. Ahí el barro es líquido debido a las lluvias de los últimos días. Las chivas y buses se devolvieron. Los campesinos debieron cruzar a pie.

Abigaíl Álvarez, una campesina de La Nevera, se quitó sus zapatos, pidió unas botas prestadas, y llegó a su casa de la mano de dos jóvenes. Alguien llegó con una mula y ayudó a transportar a la gente en el animal. Una mujer fue llevada a su destino sobre las espaldas de un campesino. Y un joven puso un pie en el barro y su cuerpo se enterró hasta las rodillas.


Fue cuando pensó que no es posible que en estos tiempos en donde se predica la modernidad, los campesinos deban llegar a su casas cargados en las espaldas de otro para esquivar el barro o deban arriesgar su vida cruzando la montaña en una vía endeble y una chiva vieja con nombre de héroe que al igual que ellos, intentan hazañas, algunas veces, imposibles.



domingo, octubre 30, 2011

Perfil de una mente brillante



Julián Eduardo Gutiérrez se graduó del colegio Santa Librada y, ahora, a los 28 años, es investigador en la Universidad de Cambridge. Retrato de un joven que no conoce de límites, de imposibles.




Por Santiago Cruz Hoyos
EL PAÍS - Cali
 
El muchacho, hijo de los profesores Julio César Gutiérrez Rojas y Cecilia Santiago Barreto, nace en el corregimiento La Tulia, municipio de Bolívar, Valle del Cauca, el 28 de septiembre de 1982. Allá vive tres años junto con su familia, en un apartamento construído dentro de las instalaciones del colegio Manuel Dolores Mondragón, donde su padre dictaba clases de matemáticas. Tal vez eso de vivir en la propia academia le definió el destino, quién sabe.

Porque de La Tulia, la familia viaja al municipio de Roldanillo. Allá el muchacho crece, estudia en el jardín infantil Los Gorroncitos y en la Normal Nacional Jorge Isaacs, obtiene las mejores calificaciones, le entregan diplomas de honor, cumple 10 años.

Entonces se muda para Cali en busca de más educación, oportunidades. Debido a problemas económicos (su padre había muerto en Roldanillo) entra a un colegio público: el Santa Librada. Allí recibe diplomas, le entregan la Medalla de Oro General Francisco de Paula Santander como el mejor bachiller y la medalla al mejor Icfes del colegio en 1999. Sacó 378 puntos.

Por esos logros fue elegido como uno de los becarios del Programa Mazos de Infivalle. Gracias a ese programa, se matricula en la Universidad Javeriana también becado, e hizo lo que pocos logran: graduarse, con honor a la excelencia humana y académica, de dos carreras: ingeniería electrónica e ingeniería de sistemas.

También fue de los mejores en las Pruebas Ecaes y su tesis de grado se calificó con un 5.0, la nota más alta. Esa tesis fue enviada al Concurso Nacional Otto de Greiff que premia los mejores trabajos de grado. Recibió mención de honor.

Pero el muchacho no conoce de límites. En la Universidad ingresa al grupo de investigación Avispa, donde inició un trabajo en cálculos de procesos, lenguajes matemáticos para el estudio de sistemas. Porque el muchacho ama las matemáticas, las ciencias, y explica que la informática, en su caso, “es simplemente una posible aplicación de esos conocimientos”.


Estando ahí, en el grupo Avispa, aparece una oportunidad: estudiar inglés en Brighton, Inglaterra. Viaja, y en esas tierras lejanas aplica para cursar un doctorado y trabajar en Lógica Matemática y Teoría de la Concurrencia.

La aplicación la envió a la Universidad de Edimburgo, en Escocia. El muchacho es admitido y sus estudios los financia una beca del gobierno británico. Le gusta Edimburgo, la capital y la segunda ciudad más grande del país.

Allá escribe su tesis doctoral que trata temas como teoría de juegos, teoría de la concurrencia y lógica matemática. Esa tesis es tan elogiada, que revistas como ‘Lectures Notes in Computer Science’ e ‘Information and Computation’ publican sus resultados.

Se insiste. El muchacho no sabe de límites, de imposibles. Después del doctorado en Edimburgo, aplica en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, para adelantar un postdoctorado en el Laboratorio de Computación. Lo aceptaron. Ahora trabaja en ese laboratorio. Es investigador asociado.

El muchacho, por cierto, se llama Julián Eduardo Gutiérrez Santiago. Tiene, apenas, 28 años. Estamos ante una mente brillante.

II

Leyendo la historia contada así el lector podría imaginar a Julián con gafas, peinado de medio lado, sin novia, entregado tiempo completo al estudio. No es así. Su novia se llama Teresa, la conoció en Cali, y en el Reino Unido está terminando un doctorado en computación. Sobre el estudio, Julián recomienda no dedicarse 100%: “La vida es mucho más que eso”.

Su madre, Cecilia Santiago, confirma que su hijo llegaba a casa con las tareas terminadas desde el colegio y se entregaba sin remordimientos a la televisión, al fútbol, al voleibol, el Kung Fu, deporte que practicó durante cinco años. También leía biografías de científicos, de filósofos, y escuchaba rock, blues. En su cuarto de Cali, por cierto, hay un cuadro de los Guns N' Roses y en su trabajo actual la música es fundamental: “me ayuda a enfocarme, bloquear las distracciones externas”.

Pero Julián debe tener, sin duda, algo distinto al resto de los estudiantes promedio de este país, de este mundo.

Sólo en ese cuarto suyo hay colgadas 40 medallas, la mayoría en reconocimiento a sus logros académicos. En una carpeta roja y robusta, además, su madre guarda todos sus diplomas. Son tantos que los desparrama sobre una cama y el tendido queda oculto debajo de tanto papel. ¿Qué tendrá de distinto entonces?

El profesor Camilo Rueda, de la Javeriana, intenta descifrarlo: “Julián tiene una capacidad de abstracción sobresaliente. De la descripción de un problema de tecnología, es capaz de identificar rápidamente los aspectos que son esenciales y la manera de representarlos mediante formalismos matemáticos. Otra cualidad es su iniciativa, que le posibilita imaginar líneas de trabajo provechosas, y su gran persistencia, que le permite desarrollarlas pacientemente. Y se le veía una pasión por la disciplina que iba mucho más allá del deseo de tener una calificación profesional. Su interés estaba en las posibilidades de la propia disciplina de la computación y no en cómo usarla en su desempeño profesional”.

La psicóloga Gloria Hurtado, que lo conoce porque fue su orientadora en el programa Mazos, sospecha por otro lado que la muerte del padre de Julián – un educador recordado por su inteligencia- lo marcó para siempre. El sufrimiento de esa muerte hizo del muchacho un hombre diferente, sospecha Gloria H. Y agrega: “A Julián lo recuerdo como un joven de profundas reflexiones. Es brillante, brillante, con una capacidad fuera de lo normal. Tan inteligente es, que en su interior podría tener una desesperanza, pero al enfocarse en el éxito intelectual, la esquivó. Si él se hubiera quedado en Colombia, no se le hubiera podido dar las posibilidades para que aproveche todo lo que tiene. De pronto, de haberse quedado, termina como un profesional frustrado”.

Su madre, Cecilia Santiago, cuenta por su parte que Julián heredó su disciplina, esa idea de hacer todo en la vida lo mejor posible, y también, de su padre, heredó la sabiduría. Tal vez todas esas voces expliquen por qué el muchacho es una mente brillante, tal vez haya algo más, qué importa.

III

En Cambridge, Julián trabaja en una investigación cuyo objetivo es definir modelos matemáticos que expliquen el funcionamiento de los sistemas de computación de hoy. También quiere desarrollar modelos muy básicos para estos sistemas. Es un explorador de problemas y soluciones.


Gloria H, cuenta Cecilia Santiago, pronosticó entonces que ante tanta curiosidad e inteligencia, el muchacho se iba a ganar alguna vez un Premio Nobel. ¿Será? Julián parece no estar pensando en aquello:


“Mi meta es muy modesta: en la parte laboral, mi interés es contribuir al desarrollo de mi área de trabajo con nuevas herramientas matemáticas que faciliten el estudio de los sistemas de cómputo. En eso estoy pero aún hay muchas ideas por explorar. En la parte no laboral, mi interés es vivir una vida tranquila y feliz con mi familia. La única meta es hacerlos felices de la misma forma en que ellos me hacen feliz a mí. Entre más simple y concreto el objetivo, más fácil de conseguir”.



miércoles, septiembre 07, 2011

Memoria del horror




Habitantes de Nueva York aún recuerdan con detalle la tragedia y le explican al mundo cómo fueron los años siguientes al 9/11.

Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos cortesía Stephen Ferry
EL PAÍS - CALI

Once de septiembre de 2001. Juan Ramírez, caleño, conductor de una limusina en Nueva York, debía estar a las 7:45 a.m. en el Millennium Broadway Hotel, ubicado a sólo 5,5 kilómetros de las Torres Gemelas. Su misión era recoger a Mr. Rivera, uno de sus clientes.

Juan Ramírez no llegó al sitio. Se quedó dormido. La noche anterior había manejado, hasta tarde, por media ciudad. Quería estrenar su primer carro nuevo.

Se levantó a las 7:30 a.m. Afanado, llamó a Mr. Rivera. Su cliente lo tranquilizó. Le dijo que un amigo lo llevaría al aeropuerto. Casi una hora y media después, Juan Ramírez recibió una llamada. Esthela, su esposa, le contó la tragedia: a las 8:46 a.m., un avión se había estrellado contra la Torre Norte del World Trade Center. Juan Ramírez prendió el televisor para ver en directo las imágenes. A las 11:30 a.m. no aguantó más. Salió rumbo al lugar.

Stephen Ferry, fotógrafo, descansaba en su casa. El día anterior había regresado a Nueva York después de realizar un trabajo en México. Recibió una llamada urgente. Era su asistente, que lo puso al tanto de la situación. Stephen cogió su cámara, empacó rollos, paró un transporte y pagó una cifra exagerada para que lo llevara al lugar de los hechos: 150 dólares.

Óscar Cruz, taxista colombiano, esperaba a un pasajero para llevarlo a Downtown, cerca de las Torres Gemelas. El pasajero, una vez enterado del suceso del avión estrellado, canceló el servicio.

Óscar Cruz se fue hasta un restaurante y se quedó viendo la noticia por televisión. En el restaurante se escucharon gritos durante toda la mañana, sobre todo cuando se estrelló un segundo avión, esta vez contra la Torre Sur del World Trade Center. Eran las 9:02 a.m.

Anthony Riani le escribió a este diario su relato. El 11 de septiembre tomó el tren de Dover a Hoboken para llegar a su trabajo en American Express, en el World Financial Center, edificio número tres, piso 32, frente a las Torres Gemelas. Riani cruzó de Hoboken a Manhattan en ferry, por el río Hudson. Se bajó en Battery Park y caminó hasta su oficina. A las 8:46 a.m. revisaba correos electrónicos, cuando oyó un sonido como el de un viento huracanado. Después, escuchó una explosión. Miró por una ventana. Vio un hueco negro en la Torre Norte del World Trade Center. Salía humo.

Dieciséis minutos después escuchó un grito de alguien cerca a su ventana: “allí viene otro avión bien bajito”. Iba en dirección a la Torre Sur del World Trade Center. Se estrelló. Anthony Riani vio una bola de fuego.

II

Al mediodía, Juan Ramírez ya se acercaba al puente de la 59 que conecta a Manhattan con Queens. Allí lo sorprendió una multitud de personas que caminaban descalzas, con sus cuerpos impregnados de polvo. A varios se les veía heridas abiertas, ensangrentadas.

Uno de los caminantes lo detuvo. Era un hombre de edad que iba con los zapatos en la mano y el rostro rojo, por el sol. El hombre le pidió que lo llevara a casa, ubicada a unas dos horas en auto. Juan Ramírez le dijo que no podía, que el tráfico estaba imposible. El señor de la cara roja no le dijo nada.

Juan Ramírez arrancó y miró por el retrovisor. El hombre lo miraba con desilusión, con tristeza. Juan Ramírez dio reversa. Lo recogió. Tardó menos de dos horas en llevarlo. Al regreso, demoró ocho. Los semáforos en Nueva York no funcionaban, en la ciudad se reportaban accidentes de tránsito.

Stephen Ferry, por su parte, tomaba fotos en el lugar de la tragedia para la revista Time Magazine. Junto a un bombero, (cuando ya las dos torres habían caído) escuchó seis disparos que provenían de una edificación en llamas. El bombero le dijo una frase que lo sacudió: en este momento está muriendo un policía. Por el sonido de las balas, el bombero supo que eran tiros de un agente. El bombero explicó también que el exceso de calor hacía que, a veces, las armas se dispararan.

Óscar Cruz seguía atento en el restaurante. Ya era prohibido ingresar al sitio donde hasta en la mañana estaban aún las Torres Gemelas. Durante seis meses se mantuvo la prohibición de ingresar a lo que hoy se llama zona cero.

En el restaurante, por televisión, Óscar Cruz empezó a ver gente que se tiraba de las Torres. Hombres y mujeres saltaban de los pisos 96, 97 y 98. No tenían opciones. Era lanzarse o morir en llamas.

Anthony Riani vio en directo a esas personas que se lanzaban. Se sorprendió tanto que quedó con la boca abierta. Después sintió un dolor en el estómago que no lo dejó seguir viendo ese suicidio colectivo, desesperante.

Anthony se retiró del lugar. Se montó en el ferry, que siguió la ruta por el río Hudson. En la mitad del río, Anthony seguía mirando las Torres Gemelas. De pronto oyó una explosión. Uno de los edificios empezó a desplomarse. Anthony Riani vio enseguida un gran hongo de polvo y humo.

III

Juan Ramírez se levantó al siguiente día de la caída de las Torres Gemelas deprimido. Era el estado general de la ciudad. Desde ese 11 de septiembre de 2001, además, no volvió a saber nada de dos de sus amigos: el colombiano Iván Rodríguez y el chileno Carlos Julio. Trabajaban en parqueaderos cercanos al World Trade Center.

Óscar Cruz también se deprimió. Su trabajo como taxista estuvo casi suspendido. Gran parte de sus servicios de transporte lo toman los turistas. Y los turistas no volvieron a Nueva York durante varios meses.

Óscar Cruz asegura que aún en la ciudad hay gente en tratamiento psicólogico debido a los atentados. También hay gente que está muriendo por cáncer en la garganta, en los pulmones. Son enfermedades que padecen algunos de los que trabajaron en las labores de limpieza del bajo Manhattan. El humo, el polvo, tardó varios días en disiparse. El cielo de Nueva York se mantuvo gris.

Stephen Ferry ahora está radicado en Colombia. Después del 9/11 entendió aún más el dolor que genera una tragedia. Aunque aclara que antes de los atentados no era un hombre frío.

Anthony Riani cambió su vida. Decidió no volver a trabajar en Nueva York (se sospecha que 1,6 millones de personas se fueron de la ciudad para superar el daño psicológico generado por los atentados).

Anthony, además, se volvió más espiritual. Pero aún siente dolor por no haber podido ayudar más el día de la tragedia y tiene grabada en su memoria la imagen de esas almas que caían al vacío desde las Torres Gemelas “como ángeles sin alas”.
 


miércoles, agosto 31, 2011

Lupe, la contadora de cuentos




Lupe Macchi, voluntaria de la Fundación de Cuidados Paliativos, se dedica a narrarles historias a los pacientes con cáncer. Crónica sobre cómo se espanta la  muerte con el poder del suspenso.



Por Santiago Cruz Hoyos

Unidad de Crónicas y Reportajes
EL PAÍS

La mujer, vestida de blanco, aparece en la sala de espera de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco, en Cali. Enseguida toma el control del televisor y apaga el aparato que a esa hora de la mañana, 9:40 a.m. de un miércoles de octubre, emitía el programa ‘Muy buenos días’ del animador Jota Mario Valencia. Nadie se molesta por la interrupción. Incluso, algunos, la agradecen.

Con el acto, la dama capta la atención de las 13 personas que aguardan en la sala. Se trata de pacientes enfermos de cáncer y sus acompañantes, que esperan casi aburridos el llamado de una enfermera para iniciar su tratamiento del día.

Un par de minutos después se inicia lo que pareciera ser una escena de ‘Las mil y una noches’ y en la que la curiosa dama desempeña el papel protagónico, Sherezada, esa doncella que le narra cuentos al Rey Schahriar para librarse de la muerte.

Sucede que aquel Rey había tomado una decisión macabra: como su esposa le fue infiel, decidió casarse todos los días con una mujer distinta, estar una noche con aquella para después asesinarla. Así se aseguraba de que jamás lo volverían a traicionar.

Pero Sherezada le narró cuentos desde la primera velada. Y como se reservaba el desenlace de las historias para la siguiente noche, el rey le perdonaba la vida una y otra vez dominado por el poder del suspenso.

En la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco la mujer, con un libro en la mano, también empieza a leer historias en voz alta para espantar la muerte de la mente de los pacientes, usando como arma infalible el suspenso.

Por el recinto camina, eleva su mano derecha hacia el frente, le agrega tintes de misterio a su voz mientras narra el cuento de una niña que le regaló a su padre una caja llena de besos, o el de un cerdo que salva a un caballo enfermo de ser sacrificado por su amo. Al final, para celebrar que ya no tenía que tomar esa decisión, el dueño del caballo mata al cerdo para darse un banquete. Los ojos de la contadora de cuentos se abren aún más en ese apunto. Asombro en la sala.

Mientras el televisor estuvo encendido, los pacientes miraban el suelo, el techo, una pared. Eran ojos extraviados que miraban sin ver y anunciaban tristeza, resignación. Lo confirmaban las conversaciones que sostenían en susurro: ahí sentados mencionaban palabras como tumores, dolores, tratamientos, cáncer.

Pero cuando la contadora de cuentos empezó a narrar historias sucedió un milagro: los ojos de los pacientes la miraban sin parecer extraviados y en sus caras se vieron risas por la mala suerte del cerdo, ternura por la niña de la caja llena de besos, curiosidad por otro cuento en el que un padre le hablaba a su hijo sobre la riqueza material. Mientras escuchaban las historias, los pacientes parecieron olvidar de tajo que estaban enfermos y lo que conversaban antes: tumores, tratamientos, cáncer...

II

El 26 de septiembre de 1996, con apenas 34 años, a la contadora de cuentos le diagnosticaron cáncer. Cáncer de mama en el seno derecho.

Esa noche lloró. Acostada en su cama se imaginaba a sus hijos solos, sin madre, o peor aún, con madrastra. También se acordó de su mamá, que quedó viuda con cuatro hijos y uno más en el vientre. Antes de dormirse pensó que todo se acababa con esa noticia.

Sin embargo, a la mañana siguiente despertó con otra sensación. Tal vez por esa idea terrible de que una madrastra iba a criar a sus hijos, decidió enfrentar la enfermedad.

E inició el combate con el cáncer. Duró 8 meses y fue un duelo disputado. La dama se sometió a una mastectomía radical. A quimioterapias. A controles. Fue ahí cuando conoció lo aburridas y deprimentes que son las salas de espera de los hospitales.


Pasó el tiempo. Le dijeron que el tumor había sido eliminado de su cuerpo. Después, al año, le reconstruyeron su seno.

La contadora de cuentos ahora narra cómo venció la enfermedad. En esa historia hay varios personajes. Dios, primero; su familia, segundo; Juan Carlos Bonilla, un médico oncólogo, tercero. “Gracias a él estoy contando el cuento”, está contando cuentos.

III

La bautizaron con el nombre de una virgen: Guadalupe. A ella no le gusta. Los que la conocen, entonces, le dicen Lupe. Su apellido es italiano: Macchi. Lupe Macchi. El apellido de la contadora de cuentos viene de su abuelo, que nació en el país de Berlusconi y llegó a Colombia por Barranquilla, después de la Segunda Guerra Mundial.

Lupe nació en Ocaña, Norte de Santander. Allá, de niña, le gustaba comer cocota, una ciruela gigante que se dan en esas tierras. O irse para Los Estoraques, una gran reserva natural. O escuchar vallenatos durante horas.

Lo que no le gustaban eran los libros. Lo confirma Elizabeth Martínez, una de sus compañeras en el colegio La Presentación. Elizabeth no recuerda nunca haber visto jamás a Lupe con una novela o un libro de cuentos en sus manos. Ni siquiera cuando estudió arquitectura.

La contadora de cuentos se ríe ante la cara de asombro del reportero cuando escucha ese dato. Enseguida interviene. “Lo que pasa es que mi pasión por las historias era un león muy dormido que sólo despertó hace dos años, cuando ingresé a la Fundación de Cuidados Paliativos. Aquí trabajo como voluntaria”.


Ahora Lupe está sentada en una oficina de la Fundación, ubicada en el barrio San Fernando. La Fundación es dirigida por la psicóloga Mercedes Franco y allí se atienden a los enfermos con cáncer de Cali y de otras ciudades como Pasto y poblaciones del norte del Cauca.


A esos pacientes que vienen de otras ciudades y no tienen cómo pagar un hotel los hospedan y les dan alimentación. Y los llevan a misas y a paseos. Y les programan talleres de manualidades. Y los miércoles hay voluntarias que se disfrazan y salen para el Centro Médico Imbanaco con pitos, serpentinas, pelucas, bombas, para hacer reír a los pacientes con cáncer. Como en Patch Admas, la película, acá la enfermedad parece doblegarse ante el poder del humor. Y el de la literatura.


En realidad todo parte de una filosofía: al enfermo de cáncer hay que darle un tratamiento intensivo, pero de afecto. La meta de la medicina paliativa es mejorar la calidad de vida de hombres y mujeres con enfermedades terminales no sólo con medicamentos, sino ayudando a que el paciente encuentre un sentido a lo que está viviendo, “una realidad más profunda en qué confiar”, como diría la doctora británica Cicely Saunders, la primera científica en poner en práctica la Medicina Paliativa. Eso fue en Londres, en la década del 60.


La doctora Saunders entendía que su labor no sólo era aplacar con medicinas el dolor del cuerpo de los pacientes. Hablaba también del “dolor total”. Sabía que cuando se tiene cáncer se siente ansiedad, depresión, miedo y la familia sufre en silencio. Es otra forma del dolor.


Entonces buscó una fórmula para combatirlo: el afecto. Afecto para curarse, si se puede. O para morir pero sin sufrimiento. (Cicely Saunders murió de cáncer de mama)…


En la Fundación de Cuidados Paliativos también se cura por medio del afecto. Lupe, que en Cali lleva viviendo 23 años y dice que anda buscando novio – es separada - llegó ahí porque en una charla le dijo a su médico Juan Carlos Bonilla que quería ayudar a los pacientes con cáncer. El médico le dio la dirección de la Fundación. Y allí se encontró con un programa bautizado como 'Lectura cura'. Fue lanzado en el 2009, en el Día del Idioma: 23 de abril. Desde entonces, en la contadora de cuentos despertó el león dormido.

IV

Por medio de la ‘Lectura cura’ se pretende que los pacientes enfermos de cáncer viajen por fantasías en donde los cerdos hablan y los genios salen de las botellas. En esos mundos, claro, no existe la palabra cáncer y mientras viajan los pacientes se olvidan de ella.

Lupe dice que así sean sólo dos minutos que el paciente no piense en la enfermedad, aquellos segundos curan.


El dato lo confirma una psicóloga. “La actividad hace que el paciente, que pasa por etapas frente al tratamiento, etapa de negación, etapa de rabia, ira, culpa, camine rápido por esos estados y ‘resignifique’ lo que está viviendo. Eso en sicología es trascendental. Cuando el paciente ‘resignifica’ su estado y encuentra un sentido en lo que está haciendo, el tratamiento médico fluye tranquilamente”, asegura Natalia Herrera, de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco.

Es decir: La lectura hace que el paciente deje de pensar que está enfermo, para disfrutar el mundo de los sentidos. Es el poder de la literatura como mecanismo de supervivencia.


Y a nivel mundial la Medicina Paliativa y la lectura como terapia la están aplicando cada vez con más regularidad. Se sabe, por ejemplo, que José María Hernández, un vigilante del Hospital 'Nuestra Señora del Prado' de Talavera, España, anda en los pasillos repartiendo libros a los pacientes con cáncer. Y en Colombia también se está implementando el programa Palabras que Acompañan en 46 hospitales de ciudades como Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Manizales, Medellín y Pereira. Se trata de un proyecto del laboratorio Glaxo dirigido a niños y jóvenes hospitalizados y que promueve la lectura y la escritura como forma de sanación.

V

La contadora de cuentos termina su acto en la sala de espera de la Unidad de Radioterapia del Centro Médico Imbanaco. Ahora juega con los pacientes a las adivinanzas y en medio del juego cuenta su propia historia de vida. “Yo también estuve ahí sentada”, les dice.

La frase va cargada de adrenalina. Los pacientes la escuchan y se entusiasman. La contadora de cuentos ahora es un símbolo de esperanza.


Ahí sentado, por ejemplo, está Luis Alberto Rengifo, un hombre que tiene cáncer en el hígado. “Lo que nos acaban de presentar es muy motivante. Nos dispersa la mente con relación a la enfermedad. Los cuentos nos metieron en otro mundo, y eso es muy necesario. Le digo que siento que la actividad fue muy curativa emocionalmente y por eso es más que un simple complemento para combatir la enfermedad”.

Luis Mario Valencia es profesor de idiomas y tiene un cáncer en un lugar del cuerpo poco común: la amígdala derecha. A pesar de eso quiere hablar de la contadora de cuentos. Lo hace con esfuerzo y una voz apenas audible. “Yo he leído sobre esta enfermedad y por eso sé que necesitamos estos estados de recreación. Escuchar historias es mucho mejor que estar viendo televisión, eso hasta produce estrés”.


Ahora los pacientes van pasando a su tratamiento sonrientes y hablando de cerdos con mala suerte, niños ocurrentes que regalan cajas llenas de besos. Y la escena vuelve a asemejarse a ‘Las mil y una noches’. Así como Sherezada le contaba historias al rey Schahriar para evadir la muerte, Lupe Macchi lee cuentos para espantarla de la mente de los pacientes con cáncer.













domingo, agosto 21, 2011

El hombre de espaldas



Yhan Carlos González ama al fútbol y sin embargo, aunque en cada fecha del Mundial se le ve parado a unos metros de la gramilla del estadio Pascual Guerrero, no puede ver el juego: hace parte de la logística que vigila que nadie salte a la cancha.

EL PAÍS - CALI
Fotos: Oswaldo Paéz.
 
El hombre de espaldas ni siquiera puede mirar la pantalla del estadio. Ni siquiera eso. Si mira la repetición de un gol, por decir algo, un aficionado podría aprovechar el descuido, saltar la baranda de la tribuna, emprender la carrera hacia la cancha.

El problema no es tanto ese, que salte. El problema para el hombre de espaldas es que tiene un tramo de acción muy corto para atraparlo: el espacio que hay entre la tribuna y donde empieza la gramilla. Ese es su reino: si el aficionado pisa la cancha, el hombre de espaldas no podrá ingresar. Lo hará la Policía. Si eso pasa, será regañado. Si eso pasa y además el aficionado entra desnudo, como sucede en Europa, el regaño será tremendo. No, no se mira la pantalla, así la tenga cerca. El hombre de espaldas se mantiene de pie frente a la tribuna Norte del estadio Pascual Guerrero de Cali.

Se llama Yhan Carlos González. Dice que el nombre escrito así es italiano. Él nació en Cali hace 37 años, creció en el barrio Unión de Vivienda Popular y es hincha del América y del Real Madrid. Eso de ir por el Real le trajo problemas el pasado sábado 30 de julio, cuando en el estadio jugaron Uruguay y Portugal en la primera fecha del Grupo B del Mundial Sub 20 de Fútbol.

Tenía curiosidad. Quería ver si entre los jugadores de Portugal había uno que se le pareciera a uno de los futbolistas que admira: Cristiano Ronaldo. El hombre de espaldas anhelaba ver el juego. Dominó la curiosidad durante los 90 minutos, pero cuando llegó a casa lo primero que hizo fue prender el computador y mirar por Internet parte del encuentro. Entonces, pudo descansar.

Yhan ama al fútbol tanto como para habérsele olvidado una cita con la novia y dejarla plantada mientras él jugaba muy orondo. Alguna vez, jovencito, probó en las divisiones inferiores del Cali. Ya más grande necesitó trabajar y olvidarse de ser futbolista: fue conductor de Coca- Cola, de Bemoka y desde hace 11 años trabaja en la empresa Eventos y Producciones, en logística.


Es el coordinador de las 29 personas encargadas de evitar que los aficionados salten las barandas de las tribunas del estadio Pascual Guerrero de Cali y lleguen a la grama.


El trabajo empieza temprano, seis horas antes del partido. Los hombres de espaldas llegan, reciben un uniforme que consta de tenis negros, pantalón igual, camibuso naranja. Almuerzan, esperan. 20 minutos antes del partido Yhan, por radioteléfono, recibe la orden de ingresar a la cancha. Lo hacen por la puerta de Maratón, tribuna sur, y nadie puede llevar radio para escuchar siquiera los partidos que transmiten. Los hombres de espaldas deben tener la concentración de un militar en la trinchera. Por eso tampoco ingresan con celular. Sus familias tienen un número fijo de la empresa de logística donde pueden llamar en caso de una emergencia.


En los bolsillos, lo único que llevan son bolsas de agua: dos o tres para soportar los dobletes del Mundial, esos partidos que empiezan en la tarde con un sol que desgasta lentamente. Toman agua pero no pueden orinar. Por lo menos no durante el juego. Sólo en el entretiempo pueden hacerlo y por turnos de tres para no dejar sin vigilancia la cancha. Lo mismo pasa con la comida. Los hombres de espaldas comen en cinco minutos en esa hora libre que hay entre el partido que empieza a las 5:00 p.m., y el de las 8:00 p.m. Los hombres de espaldas son, también, un ejército de faquires.


Cuando todo terminan les pagan. Son $40.000 por turno. Después entregan el uniforme. Está prohibido llevarlo a casa. De pronto a alguien le da por no volver, y regala el camibuso. De pronto al que se lo regaló le da por ponérselo y entrar al estadio gratis.


¿Pero cómo es eso de amar el fútbol, estar en una cancha en donde se juega un Mundial, y no poder verlo? El hombre de espaldas se ríe y dice que es un oficio tensionante. Cuando el estadio grita “¡uyyy!” por una pelota que rozó el palo, por ejemplo, los hombros se mueven, el cuello intenta girar, los ojos quieren mirar. Pero se contiene. “Es lo mismo que pasa con la novia”, dice.


Estar en un Mundial de fútbol y no poder verlo es como caminar con ella, con la novia, y que al lado pase una mujer despampanante, coqueta, con escote y minifalda y tener que disimular, seguir de largo sin mirar. Es una tortura.









jueves, agosto 18, 2011

El inmortal



A los 20 años, Marvin Ceballos estampó para siempre su nombre en la historia del fútbol: es el primer jugador de Guatemala en marcar un gol en un Mundial. Encuentro de 15 minutos.


Por Santiago Cruz Hoyos
 El País - Cali

El muchacho está tan tranquilo, tan sereno. Pareciera que fuera viernes y tuviera la tarde libre. Pero no: es martes, son las 2:00 p.m., y apenas faltan tres horas para que inicie el partido. Su equipo, la Selección de Guatemala, enfrentará a Portugal por los octavos de final del Mundial Sub 20 de Colombia. El estadio, el Pascual Guerrero de Cali, estará lleno. El rival  ha sido dos veces campeón del mundo en la categoría. No importa. El muchacho, además de tranquilo, está seguro de sí mismo.

En el lobby del hotel ya se empieza a ver gente que camina apurada. Los utileros cargan el bus con tulas de uniformes y balones. A las 3:00 p.m. la Selección Guatemala deberá estar en el estadio.

Marvin Ceballos, mientras tanto, tiene permiso para hablar 15 minutos. Es el único jugador de su país que ha marcado un gol para Guatemala en un Mundial. Se lo hizo a Croacia. Ganaron 1-0 en el último juego de la primera fase del torneo. Por eso están en este hotel. Por eso clasificaron a pesar de que en las dos primeras salidas del equipo los golearon, les metieron 11 goles. Guatemala, por cierto, nunca había jugado un Mundial.

El jugador que ya es inmortal quizá no tenga muy claro eso, que ya es inmortal. Pasa: cuando se consiguen los éxitos, el hombre no logra dimensionarlos en toda su magnitud. Gane o no gane títulos en el futuro, se convierta o no en una gran figura, Marvin Ceballos, a los 20 años, ya consiguió que sea recordado y mencionado por los siglos de los siglos, por lo menos en su país.

Ahora saluda sonriendo y estrecha la mano. Es menuda, delgadita, como su cuerpo: mide apenas 1.64 y en las estadísticas figura como el tercer jugador de menor estatura en el Mundial Sub 20. Seguro: si los defensas lo cargan en la cancha lo lanzan lejos, a metros. El problema es cargarlo. Es escurridizo, rápido. Pero ahora, mientras ya hay gente que trota por el lobby del hotel para tener todo listo para el partido, Marvin Ceballos conversa sin afanes.

Nací en la capital, en Ciudad de Guatemala, pero desde muy pequeño me crié en Amatitlán, un municipio de mi país. Tengo una hermana, la mayor, Melani, y mi hermano menor, Andrés. Mi mamá, Letty, y mi papá, que se llama como yo: Marvin. Él también fue futbolista. Jugó en Aurora, en Municipal, en Comunicaciones, en la Selección. También era volante.


Lo de ser futbolista se trae. Desde pequeño fue lo primero que quise en la vida y siempre mis papás me apoyaron. Desde ahí empezó todo. Empecé jugando a nivel profesional en Comunicaciones, que es mi equipo actual.


El fútbol en Guatemala es importantísimo. Es lo que más se vive. Lamentablemente, tal vez por tantas tristezas que les había dado el fútbol guatemalteco, mucha gente se había alejado, pero gracias a la clasificación de nosotros a los octavos del Mundial volvió a ser una pasión que todos quieren vivir de nuevo.


Y gracias a Dios el gol que nos dio la clasificación lo marqué yo. Por ese gol me llaman varias personas, periodistas, familiares. Pero siempre lo he dicho: fue trabajo de todos y fue una bendición de Dios que me haya tocado hacerlo.


Siempre lo visualicé, el gol, siempre prensé en ello. Pero antes de eso, lo primero era aportarle al equipo.


En el camerino, cuando terminó el partido, disfruté. Estábamos todos juntos celebrando. Pero hubo un momento en que me senté, solo, a pensar en todo lo que me había costado estar en ese camerino. Pensaba también en el esfuerzo de uno para conseguir algo, en todo el esfuerzo ratificado en ese gol.


Porque para ser futbolista se tienen que hacer sacrificios duros. Dejar a un lado la familia, amigos, muchas cosas que un joven de mi edad tendría que disfrutar. Pero siempre esos sacrificios los asumí con madurez, sabiendo que si el fútbol es lo que me gusta, tendría que hacerlo. Yo siento que todo ese esfuerzo se ve recompensado ahora.


Lo principal en mi vida es el fútbol y el estudio. Obviamente, por el Mundial, tuve que alejarme del estudio. Ya estaba en la universidad y tuve que dejar el semestre. Estudiaba ingeniería informática. Y lo principal también es compartir con la familia, y me gusta el cine. También saber de Dios. Soy católico.


Después del gol ante Croacia sigo siendo el mismo. La humildad es la base de todo. Pero obviamente te cataloga un poco más. Ese gol que hice y ver el nombre de todos mis compañeros marcados en la historia, es lo que más motiva. Y ver el apellido de uno, el nombre de uno, representando a bastantes familiares y millones de personas es una sensación que no te puedo explicar.

Adelmar Peralta, el Jefe de Marketing de la Selección Guatemala, se acerca, dice que ya es hora de que Marvin se aliste para el partido. En el último minuto de la entrevista dirá que sus ídolos son Leo Messi y sus padres. Y que la tranquilidad que refleja tiene que ver con una premisa: al Mundial se vino a disfrutarlo, no a sufrirlo. Marvin entró a un ascensor. Y en el partido ante Portugal perdieron. 1-0 y con un penal dudoso. En Guatemala, sin embargo, fue recibido como héroe. A Marvin ya le dicen el pequeño gigante y su familia se está volviendo famosa. En el teléfono está Marvin Ceballos, papá. ¿Cuándo fue la primera vez que su hijo conoció un estadio de fútbol?

Un hermano tuvo la gentileza de llevar a Marvin a un juego. Fue un día en que yo jugué contra Municipal, el otro equipo grande de Guatemala. Marvin estaba muy chiquito. Tres, cuatro años, y es de los recuerdos bonitos que tengo como padre y futbolista.


Y desde niño él ha tenido una gran pasión por el fútbol. Mi nombre abre camino, pero Marvin, con su pasión, está haciendo su propia historia. Como ese gol contra Croacia.

Cuando llegó al país, al pueblo donde vivimos, lo recibieron con una algarabía tremenda. Ni siquiera nos dejaron dormir. Había gente en la calle, música. Y la municipalidad le está organizando un reconocimiento, una caravana, que aún no tiene fecha. Y a la casa no paran las llamadas, las entrevistas. La familia ha cambiado su ritmo de vida, pero compartimos esta alegría con todos. Guatemala estaba necesitando de triunfos.

Marvin Ceballos es el nuevo ídolo de un país. ¿Cómo no? Le enseñó qué es ganar a Guatemala.



lunes, agosto 15, 2011

¿Cómo se cocina para jugadores mundialistas?




Cocinar en un Mundial es un trabajo que poco admite el descanso. Los turnos empiezan a las 6:00 a.m. y terminan en la noche, con la última merienda de los jugadores. Los Sub 20 comen 5 veces al día. Relato de una mañana agitada en la cocina del Hotel Intercontinental de Cali.



Aquí, en esta cocina, está prohibida la barba. También los anillos, las pulseras, las cadenas, las uñas pintadas.


Para los visitantes ocasionales que no tardarán más de un par de horas y no cocinarán, claro, hay algunas excepciones. Se puede entrar con barba frondosa incluso, pero jamás, jamás, sin la indumentaria exigida: tapabocas, gorro, bata. A quien vaya a manipular un alimento se le entregan guantes. Son normas que no tienen cláusulas. Desde el gerente hasta el chef más premiado y famoso deben obedecerlas.

Cocinar para jugadores mundialistas y comensales de hoteles cinco estrellas exige dominar a la perfección el arte de la asepsia.

El asunto no finaliza con la pulcritud en la que deben permanecer los 25 trabajadores de esta cocina, quienes por cierto se les ve concentrados frente a las estufas con sus zapatos negros muy lustrados, muy brillantes. Hay otro ejemplo: los casi 100 kilos de piñas y manzanas que consumen los jugadores del Mundial Sub 20 en cada desayuno, pasan previamente por un proceso científico de lavado y desinfectado. Eso se hace en un cuartito que se llama Fruver, y ahí el encargado es Héctor Huertas. Es curioso eso de tener el apellido Huertas y trabajar en medio de frutas y verduras. Héctor explica que el lavado de casi todo se hace con una mezcla de agua y vinagre.

Huele a carne a la parrilla. Es viernes, son casi las once de la mañana, y en la cocina del Hotel Intercontinental de Cali ya preparan el almuerzo de las cuatro selecciones que desde hoy disputan el Mundial de fútbol en esta ciudad: Uruguay, Nueva Zelanda, Camerún, Portugal.

En los menús de los jugadores está prohibido el vino, las cervezas. En el menú de Camerún está prohibido el cerdo y las carnes rojas, además. El chef Élmer Caicedo, encargado de la cocina por estos días, sospecha que la razón es cultural.

En todos los menús los platos son más o menos los mismos: este mediodía Nueva Zelanda tendrá un buffet que incluye pollo, cordero, pescado y rissoto; Camerún almorzará pasta con salsa Alfredo (mantequilla, dientes de ajo, queso parmesano) o pernil de pollo con arroz blanco; Portugal tendrá una crema de pescado o espaguetis con salsa de queso y champiñones, que será preparada por su chef exclusivo, Luis Patra’o; los uruguayos se servirán una sopa de vegetales, una pechuga de pollo a la plancha, un té digestivo.

Carne es lo que más se cocina para los mundialistas. 250 gramos por cada jugador en el almuerzo, una libra en el día, 28 kilos por equipo a la semana, 112 kilos por todas las selecciones, casi 500 en un mes. Lo que se come es carne y carbohidratos. Sólo Nueva Zelanda, al día, consume 40 kilos de papa. En la pastelería informan que en una mañana se pueden partir unos 250 huevos. Y son tantos los panes que se producen, que no tienen una idea exacta de la cuenta.

Cocinar para jugadores mundialistas es una tarea en donde no se conoce el descanso. El movimiento en la cocina es casi de 24 horas. Empieza a las 6:00 de la mañana, cuando se alista el desayuno; sigue el almuerzo, que termina a las 2:00 de la tarde. A las 4:00 hay una merienda, a las 8:00 se sirve la cena, a las 10:00 se termina con otra merienda.

Los jugadores deben comer cinco veces al día y uno de los trabajos más desagradecidos en la cocina, el que pocos quieren tener, es el de Richard Duván Osorio. Richard es encargado de lavar los platos. Y en esta cocina se cuentan por miles. El cálculo es de 4.000 platos, 4.000 copas, 4.000 vasos, 4.000 tenedores. Pero hay una maquinita bendita que le hace más fácil el trabajo a Richard, una maquinita que debe estar entre los cinco mejores inventos del mundo: un aparato que lava todo a vapor.

Ya es mediodía, la hora de servir el menú. Y por supuesto, los jugadores son rivales, no se verán las caras mientras almuerzan. Camerún comerá en el piso nueve del hotel, Portugal se ubicará en el segundo, Uruguay estará junto a la terraza, Nueva Zelanda cerca del gimnasio. Sólo hasta esta tarde y noche, en el Estadio Pascual Guerrero, se mirarán, por fin, de frente.

lunes, agosto 01, 2011

El futbolista que no descansa



James Rodríguez tiene 20 años y ya fue campeón siete veces, ya vale 60 millones de dólares, ya le dicen estrella, ya se casó. ¿Cómo se consigue todo tan rápido? El muchacho tiene afán para entrenar y conserva la madurez de un hombre de 30.


Vea el cubrimiento del Mundial Sub - 20 en El País - Cali

El profesor Rubén Darío Bedoya dirigió a James Rodríguez en el Envigado. Y sí, dice lo que se conoce: que el muchacho tiene una zurda exquisita, que la pegada de media distancia es mortífera, que con el balón en los pies tiene una condición técnica innata, que su talento fue fundamental para que el equipo ascendiera de nuevo a la primera división del fútbol colombiano en 2007.

El profesor Bedoya dice todo eso de corrido, pero se detiene en un detalle que hizo de James Rodríguez un jugador distinto a los demás muchachos del equipo: no descansaba.

“Siempre tuvo una idea persistente de superarse. Cuando regresaba a Envigado de la Selección, así tuviera permiso para descansar, él decía que no quería, que mejor se iba a entrenar con nosotros a la cancha de El Dorado. Lo que está ganando ahora, todos esos frutos, es el resultado de ese interés constante por mejorar como jugador de fútbol”.

Parece que James Rodríguez tiene afán por entrenar para pulirse. Y se supone que ese afán disciplinado, más su talento como jugador de ataque, han hecho que el muchacho, a los 20 años, haya alcanzado lo que podría lograr un jugador en toda una carrera e incluso, lo que muchos ni siquiera han imaginado alcanzar: ya pasó por el fútbol profesional colombiano y obtuvo un título de segunda división; ya pasó por la primera de Argentina con el Banfield de Julio César Falcioni y fue campeón; ya fue figura también con la banda de Falcioni en una Copa Libertadores en la que le hizo goles al Morelia, al Deportivo Cuenca, al Nacional de Uruguay; ya juega en Europa y el equipo que quiera contar con sus servicios deberá pagarle al Porto de Portugal 60 millones de dólares; ya es la figura de la Selección Colombia que disputa desde ayer el Mundial Sub 20. La ‘tricolor’ debutó contra Francia.

A los 20 años registra, además, siete títulos: los obtenidos con Envigado (2007) y Banfield (Apertura en Argentina 2009); la Supercopa de Europa con el Porto (2010); la Liga de Portugal con el Porto (2011); la Copa de Portugal con el Porto (2011), en la que en la final marcó tres de los seis goles de su equipo; la Uefa Europa League con el Porto (2011); el Torneo Esperanzas de Toulon con la Selección Colombia (2011).

También ha batido varios registros: en Argentina figura como el extranjero más joven en salir campeón (18 años) y el más joven en debutar y marcar un gol (17 años).

Y a eso hay que sumarle que ya se casó. El dato en estos tiempos es también un récord, por su juventud. Su esposa se llama Daniela Ospina y es la hermana de David, el arquero del Niza de Francia y de la Selección Colombia Mayores. Seguro: James Rodríguez se quiere tragar el mundo.

Sin embargo, en toda esta historia, cómo no, hay una duda: ¿podrá el muchacho manejar la gloria?

Si a los 20 años te dicen que valés 60 millones de dólares, por ejemplo, a lo mejor la cabeza indica que el ritmo se puede bajar, que se puede dejar de entrenar, que gran parte del camino ya está recorrido, que para qué más trote y abdominales y madrugadas si ya estás en la cima. ¿Cómo evitar que el éxito estropee la carrera de un deportista como tantas veces ha sucedido?

James Rodríguez papá, ex futbolista, ahora ‘profe’ en las inferiores del Envigado, informa que en su hijo no existe el riesgo de que la fama lo saque del fútbol. James Rodríguez papá asegura que James hijo tiene la madurez de un hombre de 30, que es un adelantado no sólo del fútbol sino en el carácter. No importa que tenga cara de niño, que ni siquiera tenga un pelo de barba, el muchacho después de sus vivencias en el extranjero está maduro como para manejar el buen momento, el reconocimiento, el flash en la cara.

El técnico Hugo Castaño, que puso a debutar a James en el profesionalismo con apenas 15 años y fue uno de los gestores para que llegara a Argentina, confirma lo dicho por James papá: “ Ese pelado tiene personalidad, sabe para dónde va, por eso el éxito no lo va a afectar. Si no lo afectó después de todo lo que ha ganado, mucho menos lo va a perjudicar ahora. Me acuerdo que había gente que se burlaba porque él y su familia pensaban en grande, en llegar lejos, le decían que no era posible. Creo que esas burlas también impulsaron a James a ganar lo que ha ganado”.


Eso que tanto tiene, madurez, carácter, es lo que justamente se espera de James en la conducción de Colombia en este Mundial. Madurez, carácter, y un poco más del número 10 de la Selección, por supuesto: fútbol y goles en esa carrera para coronarse campeón del mundo. ¿Por qué no? Su palmarés dice que en el fútbol no existen los imposibles.





lunes, julio 25, 2011

Viaje al pueblo de las momias



San Bernardo Cundinamarca es famoso en Colombia por ser el único pueblo del país en donde los muertos se momifican de forma natural. Crónica de cadáveres que se resisten a convertirse en polvo.


Por Santiago Cruz Hoyos
REVISTA GACETA - EL PAÍS

El primero, de izquierda a derecha, es el cuerpo de una mujer. Está, como los otros cinco cuerpos, acostado dentro de una urna de vidrio. Un papel pegado sobre la urna indica que el nombre y las causas de su muerte se desconocen. Sólo se sabe que fue sepultada hace 29 años y sus restos exhumados hace 20. A pesar de todo ese tiempo que estuvo en una bóveda del cementerio del pueblo, exactamente 3.285 días, el cadáver no se convirtió en polvo.


El de esta mujer es un cuerpo entero, con la cabeza inclinada hacia su derecha como si quisiera mirar algo, tal vez a los visitantes que llegan a tomarle fotos. La piel aún la conserva, sólo que es un tejido seco, curtido, como cartón arrugado y de color difuso, entre blanco cal y café tierra. En los dedos siguen nítidos los pliegues y las arrugas que se forman desde la infancia y su boca, entreabierta, deja ver cuatro de sus dientes inferiores. Son blancos, firmes, todavía en condiciones de arremeter contra un trozo de carne dura.


Sobre el pecho están sus brazos, cruzados en posición de descanso. Y las uñas de las manos tienen un corte redondo, delicado, como si antes de morir la mujer hubiera estado en un salón de belleza. El detalle es curioso. Hay un mito que asegura que las uñas de algunos muertos crecen. Estas no.


“Así como la ve, así salió de la bóveda”, dice José Antonio Baquero para explicar que a nadie le dio por hacerle un manicure después de muerta. El anciano de 77 años trabaja desde hace 7 en el cementerio cuidando los cuerpos en exhibición.


En la siguiente urna, esta vez de vidrios opacos para evitar la entrada directa del sol, se observa el cadáver de otra dama. En vida se llamó Onofre Susana Acero de Pedraza. Dice su leyenda que nació en 1911 en Junín, un municipio de Cundinamarca, y que fue sepultada en 1987 a los 76 años en este cementerio y con el mismo vestido blanco y de botones azules que estrenó el día de la celebración de sus 50 años de matrimonio con Luis Pedraza.


Ahí acostada, doña Onofre aún tiene puesto ese vestido y unas medias cafés que le llegan casi hasta las rodillas. Sus ojos están muy abiertos, como si algo, a lo mejor la muerte, la hubiera sorprendido. Su brazo izquierdo reposa sobre su pecho como señalándose, como si estuviera preguntándose: ¿Yo? El brazo derecho no se ve. Es lo único que se descompuso desde que murió por cáncer en el estómago.


Enseguida de Onofre reposa otro cuerpo blindado para los gusanos. Se trata de Saturnina Torres de Bejarano. En vida fue una campesina que tuvo 12 hijos. Dicen que a Saturnina, que era muy pobre, le gustaba leer la Biblia y cultivar guatila y balú, dos de los alimentos tradicionales del pueblo. Dicen también que su cuerpo se ha mantenido completo y firme por comer tanto esos vegetales que nadie fumiga.


Más allá se ve la cuarta urna. Es la que le corresponde a Laureano Acosta, un finquero muy querido en la zona. Laureano, que aún conserva parte de su bigote y tiene el aspecto de un hombre que duerme y no de uno muerto, tuvo tres hermanos: Blas, Próspero y Filomena. Los tres, al ser exhumados, salieron como él: con el cuerpo entero, ileso a la degradación.


Pero, decisión de familia, a Blas decidieron cortarlo con un hacha y depositar sus restos en un osario. Sus allegados no quisieron que su cuerpo fuera exhibido en el cementerio como atracción de domingo para curiosos que llegan a reírse de los muertos.


La suerte de Próspero fue distinta. La periodista Rocío Garzón, nacida en el pueblo y la persona que más ha hurgado en lo que fueron las vidas de los cadáveres, asegura que Próspero se parecía a Hitler por su bigote y su cabello liso y negro. Y tal vez esa sea la razón para que su cuerpo esté ahora exhibido en un museo de Moscú. Ese por lo menos es el rumor que hay en el pueblo. Nadie, ni el mito, explica cómo diablos llegó allá.


Sobre el cuerpo de Filomena hay confusión. Unos dicen que como Blas, fue partida por sus familiares. Pero la periodista Rocío Garzón asegura que Filomena es el cuerpo que está exhibido enseguida del de Laureano. Sólo que a ese cuerpo alguien le puso un nombre distinto: Margarita de Prieto.


Su cabeza está cubierta con un turbante café y su rostro parece triste, como si antes de morir hubiera llorado. El cadáver, que conserva una flor roja en el pecho, está como los otros: conservados.


Y junto a ella, en la última urna, está un hombre de quien se desconoce su historia. Su cuerpo fue cubierto con una mortaja azul por pudor. A pesar de llevar años de muerto, sus genitales siguen ahí, enteros, y el hombre, indefenso, era blanco de los comentarios de los visitantes. Don José Antonio Baquero, el anciano que cuida los cuerpos, decidió cubrirlo para evitar rostros sonrojados de señoras en este pueblo que es tan católico, tan creyente.


Por esos cuerpos, que en realidad son momias exhibidas en el Mausoleo José Arquímedes Castro, es que han llegado al municipio documentalistas de National Geographic, periodistas de programas como ‘El Show de Cristina’, científicos, estudiantes de medicina, de antropología, turistas. Todos interesados en saber por qué algunos muertos de San Bernardo Cundinamarca se convierten en momias sin que intervenga la mano del hombre.



II

Es largo el camino para llegar a San Bernardo. El bus que se toma en la terminal de transportes de Bogotá recorre 97 kilómetros y pasa por poblaciones como Fusagusagá y Arbeláez. En un carro particular ese viaje se hace en 2 horas, pero en el bus son 4 y se hace en el último tramo por una carretera fangosa y en pésimo estado.


Esa vía estrecha en la que patinan las llantas de los carros es un símbolo del abandono estatal en el que ha estado el campo colombiano. San Bernardo es el principal productor de mora en el país y todos lo llaman “despensa agrícola de Cundinamarca”, pero el pomposo título no le ha servido para que el Gobierno invierta en el arreglo de sus vías de acceso.


Ubicado en la Provincia del Sumapaz, el pueblo reposa sobre tres pisos térmicos: páramo, frío y templado. Por eso, además de mora, (que no se consigue en la plaza de mercado del pueblo porque cada tonelada se despacha para Bogotá y poblaciones cercanas), se cultiva cebolla, granadilla, mandarina, papaya. También hay ganadería.


El pueblo fue al principio un caserío fundado por el sacerdote Francisco Antonio Mazo el 22 de julio de 1910 y fue creciendo por la llegada de colonos que se aventuraban en el Sumapaz. A mitad de este año el municipio estuvo de centenario. Hubo fiestas, desfiles, un libro de lujo que cuenta la historia completa de San Bernardo.


Lo de las fiestas pareciera ser el antídoto del pueblo contra la monotonía y los días que pasan tan despacio en el campo. Al año se programan decenas de eventos, desde corridas de toros, festivales de música campesina, hasta un Festival de Émulos, artistas que imitan a otros artistas.


San Bernardo es un pueblo tranquilo, sobre todo desde que se fue la guerrilla. La gente cuenta que en épocas del presidente Pastrana las Farc acosaron al pueblo a punta de bala, vacunas, secuestros (su actual alcalde, Libardo Morales, fue uno de los secuestrados). Pero parece que aquí la Política de Seguridad Democrática del anterior Gobierno sí ha sido efectiva y de la guerrilla no se volvió a tener noticias.


La leyenda de las momias empezó hace 45 años y fue un suceso que causó susto en el pueblo. Todo inició en 1965, cuando Andrés Bejarano, el sepulturero del cementerio en ese entonces, abrió la tumba de Florentina Gutiérrez de Cruz para exhumarla. Cuando la sacó, el cuerpo, que llevaba 5 años sepultado, estaba momificado.


Desde ese día la historia del municipio se partió en dos y los casos de momias que encontraban en el cementerio los sábados, que es el día de las exhumaciones, se fueron repitiendo al punto que hoy se asegura que por cada familia en San Bernardo, hay una momia.


El fenómeno se convirtió en gancho infalible para el turismo. En los escasos folletos que promocionan al pueblo se escribe primero del Panteón de las Momias inaugurado en 1994 en donde se exhiben los cuerpos de Laureano, de Onofre, de Saturnina. Luego, sí, se invita a la piedra del sol, una roca con grabados indígenas que también se visita; o a la piedra del Pescado, en la que se aprecian figuras rupestres; o a las ruinas del antiguo cementerio en donde las raíces de los árboles salen por las criptas.


Las momias se convirtieron en impronta del municipio, acervo cultural, y en el principal motivo para que alguien en otro punto de Colombia o el mundo se interese en ir a San Bernardo.


Sin embargo, hay una paradoja: la mayoría de los habitantes del pueblo se resiste a tener un familiar momia exhibido en el Panteón y ordenan que los cuerpos se partan y sean depositados en osarios. El argumento se entiende: nadie quiere que un pariente muerto funcione como pasatiempo de fin de semana de algunos desconocidos que van a irrespetar con risas y comentarios. Nadie quiere tampoco ver a su familiar y remover dolores del pasado.


Esa resistencia explica por qué en el pueblo no hay vallas que digan ‘San Bernardo, tierra de momias’, ni tiendas que vendan suvenires del atractivo turístico, ni vendedores ambulantes promocionando literatura con la historia de las momias


Lo único que se puede adquirir es el libro de lujo de los 100 años del pueblo que publicó la Alcaldía y cuyos ejemplares están guardados en cajas que cubren lo alto de una pared de un cuarto oscuro. El libro poco lo promocionan.


A los residentes del pueblo no les interesa lo que la momificación natural logra: la última pose en que un hombre o una mujer será recordado en la eternidad.


III

Es por la cal. Los cadáveres en San Bernardo se momifican por ese material que se utiliza en la construcción. Al menos esa es una de las explicaciones que se dan en el pueblo para descifrar el fenómeno.


Y la teoría tiene sentido. En San Bernardo ha habido 3 cementerios, pero sólo en el que funciona actualmente, inaugurado en 1959 y en donde los cuerpos se sepultan sólo en bóvedas de concreto (está prohibido hacerlo en tierra) es de donde han salido las momias.


Jorge Yesid Díaz, 40 años, concejal del pueblo y sobrino de Alfredo Sabogal, un hombre que murió de cáncer y cuyo cuerpo al exhumarse quedó intacto, explica que la arena con la que fueron construidas algunas bóvedas del cementerio tenía una alta dosis de cal, “y ese material, se sabe, es un conservante. Esa podría ser la razón para que los cuerpos se momifiquen”.


Sin embargo hay un caso que parece descartar esta teoría: el padre José Arquímedes Castro, quien nació en Fusagasugá pero vivió durante años en San Bernardo y hasta gestionó la edificación de la actual iglesia del pueblo, murió y fue enterrado en su tierra natal. Sin embargo, cuando exhumaron su cuerpo, estaba momificado.


La historia del padre Castro apoya otra versión: la gente se momifica por la alimentación sana, en especial por el consumo de vegetales que no son fumigados como la guatila, el balú, la ahuyama y la calabaza. Esos vegetales hacían parte de la dieta del padre Castro...


El secretario de gobierno del pueblo, Efrey Mora, cree esa teoría. Y le agrega otro componente: el clima. San Bernardo es frío, y algunos estudios de la momificación natural indican que ésta se da con más facilidad en climas extremos como arenas secas o fríos glaciales. En San Bernardo el frío no llega a glacial, pero se siente. Son 18 grados.


José Antonio Baquero, el encargado del Panteón, está de acuerdo con la teoría del clima. Pero agrega otro dato: en el cementerio está pasando un fenómeno misterioso. Algunas bóvedas se congelan, “y mediante esa congelación no penetra gusano”. Él recuerda haber visto cuerpos sepultados hace años y que al ser exhumados parecían como si tuvieran apenas días de haber fallecido.


Esa teoría se relaciona con la del actual sepulturero del cementerio, Alfredo Rojas. En los 7 años que lleva trabajando allí, Rojas calcula que ha sacado 50 momias. Pero hay un detalle. El costado izquierdo es de donde han salido la mayoría.


En esa zona del cementerio, cuando llueve, dice Rojas, se filtra el agua en las bóvedas. Y gran parte de las momias que él ha exhumado las ha encontrado en criptas con charcos de agua, húmedas…


Y a todas estas hipótesis se suma una religiosa. El párroco del pueblo, Carlos Alirio Niño, asegura que la mano de Dios explica el por qué de la momificación. El Padre se fundamenta en un hecho: no todos los cuerpos que se entierran en San Bernardo se vuelven momias. Los momificados, dice el Padre y lo atestiguan los habitantes del pueblo, fue gente que en vida se entregó a Dios, siguió los mandamientos, amó a su familia y al prójimo. Los momificados para el Padre, entonces, son una especie de elegidos.


A la larga en el pueblo nadie descarta ni a la guatila, ni a Dios, ni al frío ni a la cal para explicar el fenómeno. Todos respetan las diferentes creencias hasta que alguno de los científicos que han venido a estudiar el tema den un veredicto definitivo. Aunque tal vez para el pueblo, para la historia de las momias, será mejor que se conserve el misterio.



IV

José Rodulfo Triana, director de cultura y turismo de San Bernardo, tiene como objetivo convertir al municipio y sus momias en Patrimonio Cultural e Inmaterial del país y una de las principales alternativas turísticas del Sumapaz.


Pero para lograrlo aún falta camino por recorrer. El cementerio, el principal atractivo turístico, está deteriorado, con paredes húmedas a las que se les cae la pintura, lotes con basura y lápidas en las que el nombre del difunto está escrito con lapicero.


En el pueblo, además, aunque el Sena está impartiendo la carrera de guía turística, no hay empresas enfocadas en el turismo. Es más: no hay empresas de ninguna índole.


Pero tal vez lo que más hace falta para lograr el objetivo de José Rodulfo es que los gobernantes y habitantes dimensionen el gran potencial que tiene el pueblo y sus momias. A lo mejor el principal pedal para el desarrollo de San Bernardo sean esos cuerpos momificados y no las moras.


Como pasa en Guanajato, México, guardando las proporciones. Esa ciudad es famosa por sus momias. Como en San Bernardo, en Guanajueto empezaron a salir cuerpos intactos de un cementerio, el Santa Paula. La primera momia fue encontrada en 1865. Ahora hay un museo de lujo, el Museo de Momias Guanajuato, en donde se exhiben 111 cuerpos. Y es tanta la publicidad que el gobierno le hace a la historia, que hay festivos en donde llegan en masa hasta 4.000 turistas.


Esos cuerpos, esas momias, como pasa en San Bernardo, tienen el poder de hacer pensar sobre la vida y sobre la muerte. Sabemos que la vida pende de un hilo, que es efímera, que la muerte no discrimina a ricos o a pobres, que llega sin aviso. Pero los cuerpos que parecen mirar a los ojos hacen que ese conocimiento sea visible, real, un conocimiento poderoso capaz de confrontar la existencia.


En San Bernardo, sin embargo, en los últimos años unas 120 momias se han partido con hachas y se han refundido en un osario.


Parece una condena: la principal opción de desarrollo turístico del pueblo exige exhibir la muerte, las desgracias familiares. Y pocos, se entiende, están dispuestos a eso.