lunes, julio 10, 2006

Una noche en el lado oscuro de Cali


Una jornada con los miembros de la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía (URI), encargada de realizar los levantamientos de cadáveres en la ciudad. Crónica de quienes en su trabajo, le ven la cara a la muerte día a día.


Por Santiago Cruz Hoyos

Gloria Inés Perlaza parecía haber estado en una gran batalla, como la de Troya. Su cuerpo, bañado en sangre seca, yacía sin vida en una camilla de la fría y pequeña morgue del hospital Joaquín Paz Borrero, ubicado en el barrio Alfonso López de Cali. Dos impactos de bala en el cuello le quitaron el aliento y su caso, pasó a ser la muerte violenta número 70 registrada en lo corrido del año.

“Con esta no tuvieron consideración”, dijo fríamente Gloria Zapata, una mujer de escasa estatura y acento paisa, perteneciente a la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía (URI). “Parece que hubiera estado en una riña, está revolcada”, agregó un investigador, mientras inspeccionaba el cuerpo de Gloria Inés, quien con tan solo 22 años, ya vivía en el otro mundo. Parecía el cadáver descrito por Gabo en La Hojarasca, con la boca entreabierta, la lengua mordida a un lado, los ojos abiertos, tristes y desorbitados y su piel negra humedecida por la sangre.

La URI se encarga de adelantar las primeras pesquisas e investigaciones en torno a las muertes violentas que suceden en la ciudad, además de recibir denuncias generalmente de atracos y lesiones personales. Está integrada por fiscales, técnicos, investigadores y los “pegasos”, llamados así a los conductores que, por su pericia, son comparados con el caballo alado, hijo de Poseidón, dios del mar en la mitología griega. En una camioneta Toyota color vino tinto, recorren día y noche todos los recovecos de una de las ciudades más violentas de Colombia levantando cadáveres.

“Fue por pegarle los tiros a otro, por eso la mataron”, comenta con frialdad una prima de Perlaza a los técnicos de la URI. “Ella andaba con el “pato” y era a él a que iban a matar”, agregó su tío. Con esas versiones el fiscal, Humberto Calderón, empezaba a reconstruir los hechos. Una investigación que quizá tarde años en resolverse. “Muy pocos casos se esclarecen por que en Colombia no hay una cultura de informar y apoyar a las autoridades. A la gente le da temor, pero hay maneras de informar sin involucrarse directamente en un caso”, comentó el fiscal.

Mientras tanto, Gloria Zapata continúa inspeccionando el cuerpo de Perlaza. La expresión del rostro, del cuerpo, la toma de huellas digitales, hace parte de la labor que cumple esta paisa desde hace dos meses, cuando fue trasladada de Medellín a Cali para integrar la URI. “En este trabajo uno trata de no grabarse nada de lo que ve. Acá se aprende a vivir el día a día, el hoy, a valorar más la vida”, comenta ésta menuda mujer amante de la adrenalina y el peligro.

Los “pegasos”, en las afueras del hospital, cuentan sus historias para pasar el tiempo. “Hace 11 años encontramos tres cadáveres en la vía a Puerto Tejada, eran dos hermanos y una mujer. Estaban incinerados y les habían cortado la cabeza, las manos y los pies. Ese es uno de los casos que más me ha impactado. También recuerdo el primer día de trabajo. Me tocó recoger los restos de una persona que se le había arrojado a un tren. Recogimos sólo pedacitos”, recuerda Willer González, un hombre que de sus 70 años de edad, le ha dedicado 21 a las labores en la Fiscalía.

En palabras del fiscal Germán Alzate, generalmente las victimas de homicidios son personas de escasos recursos, jóvenes con un bajo nivel de escolaridad, que están vinculados a pandillas y el mundo de las drogas. En un alto porcentaje, estos homicidios obedecen a venganzas personales y las acciones del narcotráfico.

En las estadísticas de la URI, se registra un promedio de 10 levantamientos de cadáveres diarios, en una ciudad que en el 2004, dobló en el índice de homicidios a Bogotá y Medellín. “Lo que más impacta en este trabajo son los suicidios, sobre todo de los jóvenes que no encuentran alternativas para solucionar sus problemas personales. A veces uno quisiera poder decirles que hay una salida diferente a los dificultades que quitarse la vida”, comenta Alzate.

En los pasillos del Palacio de Justicia, donde está ubicada la URI, se habló el caso de un joven que se suicidó en su hogar ahorcándose con la cadena de un perro. “El se iba para a Estados Unidos al matrimonio de su hermana. Nadie sabe por qué lo hizo. Se supone que fue por una decepción amorosa”, explicó una mujer que presenció los hechos. Además de los suicidios, la muerte de niños es otra de las situaciones que más impactan a estas personas que le ven la cara a la muerte a diario.

El reloj ya marca las 10:30 de la noche y en las afueras del hospital Joaquín Paz Borrero se escucha el sonido del pasador que mantiene cerrada la puerta metálica de la morgue. Una romería de gente se amontona a los lados, como buitres que esperan una presa, y ven salir el cuerpo sin vida de Gloría Inés que, en una camilla, parte hacia Medicina Legal.

Mientras esto sucede, en el barrio Floralia, ubicado en el norte de la ciudad, se presenta un nuevo homicidio. Un Mazda Milenio, con placas de Chía, es el centro de las investigaciones de los miembros de la Sijin. En el interior del vehículo se encontraba el arma con la que supuestamente se había cometido un asesinato. El cuerpo, estaba a tres cuadras del sitio. Las estadísticas por homicidios en la ciudad continuaban creciendo.

Gloria Zapata, entre tanto, seguía hablando de sus labores.“Para algunos trabajar en la URI es un castigo, por el ambiente, por los muertos”. Pero para ella, “el trabajo es muy chévere. En mi casa ya se enseñaron a mi trabajo”, dice.

Jhojan Hurtado, el pegaso más joven del grupo, con 21 años, manifiesta que regularmente los homicidios se ejecutan en sectores como Aguablanca. Y, según sus palabras, en Cali existe una “fábrica de muertos”: el Hospital Universitario del Valle.

El grupo de la URI parte del hospital Joaquín Paz Borrero en la madrugada. El levantamiento del cadáver de Gloria Inés se alargó, al parecer por la entrega a las autoridades del autor intelectual del homicidio. Mientras sobre Cali se desploma un aguacero de grandes proporciones, en el hospital de los “Chorros”, se debe ejecutar el levantamiento de otro cadáver. “Uno en este trabajo jamás termina de sorprenderse” comentó el fiscal Humberto Calderón. En una ciudad como la nuestra, jamás la muerte termina de sorprender. Calderón tiene razón.

jueves, julio 06, 2006

Las plumas del anonimato



Con silencio y tesón, siete hombres y mujeres de letras construyen sus obras. Poesía, novela, cuentos, crónicas y relatos de no ficción hacen parte de sus creaciones literarias. No buscan tanto la fama como ser leídos por el público. Historias de artistas escondidos.


Por Santiago Cruz Hoyos

(Publicado el miércoles 19 de octubre de 2005
en la sección Vivir del diario El País de Cali)

Son anónimos. Silenciosos. Creativos. No aman el dinero, la fama, banalidades del mundo que poco les interesan. Caminan por las calles desapercibidos, sin que nadie se detenga a mirarlos, sin que nadie los reconozca.

En el día pueden ser docentes, amas de casa, asalariados de una importante empresa. En las noches, mientras la ciudad duerme, toman un nuevo rol. Hombres y mujeres de letras, idealistas, preocupados por su entorno, soñadores. Seres que disfrutan de la vida contando historias. Escritores vallecaucanos quienes se niegan a que sus creaciones literarias se sumerjan en el silencio de un cajón de madera.

Ellos hacen parte de una nueva generación de la literatura criolla, una generación que desde años atrás viene trabajando callada, tejiendo tramas, cuentos, novelas que ahora cobran vida en ediciones que no superan ni siquiera los 500 ejemplares, pero que emergen las plumas de estos artistas del anonimato.

Los nombres son muchos. De ahí, de esa generación, pertenece Ricardo León Ramírez, un escritor caleño residente en el corazón de Ciudad Capri, al sur de la ciudad. A los 11 años, en la década de los 70, escribió su primer cuento. Y mientras la Sultana crecía, Ricardo comenzaba a inmiscuirse en la literatura. El inicio fue ese primer cuento que ya hoy no recuerda la trama ni los personajes. Después vinieron las cuatro novelas que ha escrito y los ensayos críticos que ha publicado en diferentes portales de la Internet.

Un Día Cualquiera Después del Domingo es su más reciente creación literaria. La novela es una crítica al género humano. Trata la historia de Braulio Escudero, un caminante que un día cualquiera decide dejarlo todo para recorrer el mundo. En su travesía descubre figuras humanas, oráculos, menesterosos, humildes, sabios. Personajes que le hablan de la vida, de lo que es en sí la realidad. “Un Día Cualquiera Después del Domingo es una lección de vida para aquellos que no miran más allá del horizonte”, comenta. A él no le interesan los premios. Su mayor satisfacción es que lean sus obras. Y, aunque los ejemplares de su última novela son escasos, su anhelo de a pocos se está cumpliendo.

En un salón de clases, en la Universidad Autónoma de Occidente, se encuentra Humberto Jarrín, quizá el escritor más laureado de esta generación criolla de autores anónimos y uno de los que más obras ha publicado: trece.

Viéndolo de lejos, o en su cátedra de narrativa, Humberto no demuestra ser lo que es: escritor. Hay que adivinarlo. Es quizá de esas personas que manejan un bajo perfil, o que como alguna vez escribió el nadaísta Gonzalo Arango sobre Fernando Soto Aparicio, exteriormente no parece artista, “carece de ese satanismo atormentado que lucen los herederos de Luzbel”. Hay que sentarse a hablar de su vida para, ahí sí, darse cuenta que es un hombre de letras.

Sus publicaciones ya le han merecido algunos reconocimientos. ‘Elementos’ y ‘Poemas de otras vidas humano’, dos de sus obras, ganaron el premio Jorge Isaacs. ‘Todo el mundo tiene su fábula’, un libro de cuentos, recibió el premio nacional de literatura del Ministerio de Cultura, uno de los galardones más prestigiosos en Colombia. Ahora, tiene un nuevo sueño. Escribir una novela.

En el barrio El Cedro, al sur de la Sultana, habita una poetiza, una mujer de verso y manglar. Su nombre: Lucrecia Panchano. Al entrevistarla, se presentó con eso que lleva en la sangre, en el alma, los versos. “Soy humilde cocuyito de un entorno comarcano. Nací en Guapí, bello pueblito de un municipio caucano. Les ofrezco mi folclórico saludito, yo soy Lucrecia Panchano. Desde niña, de la poesía me enamoré y en la universidad de la vida me gradué. Me he permitido vivir, amar y soñar, gracias a la sabiduría popular”.

Doña Lucrecia le escribe a su etnia, el pueblo afro, a sus ancestros, a la Tunda, a la mujer, a la paz, al amor, a ella misma. Sus versos son cantos. Cantos que exorcizan su malestar con el racismo, con la guerra. “Soldado, subversivo, ven démonos las manos, carne soy de tu carne, sangre eres de mi sangre, ven que somos hermanos”.

Diría que tiene dos talentos. Uno, sus versos. El otro, su voz. Es un torrente delicioso, musical, muy propio, muy de ella. Un acento que envuelve el oído, que encierra a su interlocutor en el mundo de sus versos, en sus significados.

Sus poemas y crónicas cobraron vida en las ‘Resonancias de un Churo’, el libro que, con el apoyo de Propal, lanzó en Colombia y España invitada por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Allí, en un evento exclusivo para el pueblo afro, sus versos retumbaron en las instalaciones del Partido Socialista Obrero Español, PSOE.

“Afrodescendencia, inevitable consaguinidad que atravesó distancias y fronteras...que desafió pigmentación e identidad, que superó escollos y barreras. Sangre que quema, corazón que aprieta, es África que grita entre las venas. Ancestro que aprisiona, que sujeta, que exige libertad y no cadenas.”

Y los nombres continúan. Arcadio Masías es otro de ellos. También poeta. Su último libro, titulado Breviario, sorprendió a quienes lo tuvieron en sus manos. No esperaban leer poemas de tres o cuatro versos en cada una de sus 58 páginas. Arcadio se inspiró para sus versos en la tradición poética del Haiku japonés, un estilo conciso y de gran poder evocativo.

El periodista David Rosales lo definió como un hombre que”habla y vive lleno de ironía. Es un poeta del desconcierto. Aprendió a reír en medio de la confusión. Ahí donde otros lloran o se lamentan, él bromea. Sus versos hablan de la muerte, la nada, la nostalgia y la soledad, pero se siente en ellos la alegría de crear un mundo nuevo a través de la metáfora”.

Humberto, Ricardo, Lucrecia, Arcadio. Todos hombres de letras que disfrutan de la vida contado historias. Todos ellos son la nueva generación de la literatura colombiana. Aquella que se negó a permanecer en el silencio y el olvido.


Otras plumas:

Jhon Jairo Navia, un escritor que surgió de los números

De las ecuaciones y la física pura pasó a la literatura. El mundo de los números no lo cautivó. Prefirió, como Sabáto o el matemático Nicanor Parra, dejar la razón y la exactitud por la libertad y el goce de las letras, de las historias. Es caleño, egresado del colegio Santa Librada. Su obra literaria está compuesta con títulos como ‘Leandra’, ‘Hacía el amor con Mariana’ y ‘Otros rostros otra poesía’. Tiene 30 años. Y ya tiene algunos logros. Ganó el concurso de poesía de la Universidad Autónoma de Occidente en 2004. Gracias a otro de sus libros, “El aprendiz de burgués”, fue invitado por la Asociación Cultural Huellas de Paz en Cantabria, España, para su presentación. Sin embargo, no pudo viajar. No tenía Visa. “A mi no me negaron nada, lo único que le negaron fue a treinta y nueve millones de habitantes tener un intercambio cultural”, dijo.



David Rey y su ‘Primera Letra’

Salió por las calles del barrió La Hacienda con un puñado de libros. Timbró casa por casa, decidido. Mostraba su antología de poemas y cuentos a todo aquel que le prestara atención. La obra la tituló Primera Letra. En 60 páginas le escribe poemas a su barrio, a la lluvia, a Colombia pero sobre todo, al amor. Su Primera Letra la difundió así, casa por casa. A quienes decidimos leerlo y disfrutar de sus poemas nos dejó un mensaje de su puño y letra: gracias por apoyar el talento escondido. Septiembre 30 de 2002. David Rey.


http://elpais-cali.terra.com.co/historico/oct192005/VIVIR/C219N1.html

jueves, junio 29, 2006

Tributo a un maestro de la vida: Gonzalo Arango


Este año se cumplen tres décadas de la muerte del fundador del nadaísmo


El Profeta, como le decían sus amigos, murió hace 30 años en un accidente de tránsito en Tocancipá. Sin embargo, aún vive, invencible, en sus escritos leídos con avidez por las nuevas generaciones.


Por Santiago Cruz Hoyos


Gonzalo Arango es inmortal. Con su prosa triunfó sobre la muerte, sobre el olvido, sobre el silencio. Con su pluma se convirtió, como lo diría el mismo, en un vividor infinito, un poeta de la fe en el milagro de la nada que se hizo ser en la carne; un actor en la fiesta feliz de la existencia…

Gonzalo es un maestro eterno, invencible, que retumba con sus apuntes en la cabeza de las nuevas generaciones, tan llenas de dudas sobre la existencia como él. Sus crónicas y reportajes, atestados de un humor irreverente, irónico, único, son bellas joyas del periodismo de antaño que pintan la Colombia de la década de los 60, impresionada por la aparición de esa generación de nadaistas rebeldes, sublevados contra lo establecido, y que a punta de poesía y cultura, buscaron una nueva vida, un nuevo paradigma. Esas mismas crónicas son un tesoro invaluable, una delicia de leer y consultar para personas que como yo, queremos disfrutar de la existencia contando historias.

El Profeta, como lo llamaban sus amigos nadaistas, murió hace 30 años cuando el bus en el que iba sentado fue arrollado por un camión, en Tocancipá. Sin embargo, su voz no se apagó. Gonzalo aún vive, vive eternamente en sus escritos, esos que publicó bajo el seudónimo de ‘Aliocha’ en El País, El Tiempo, El Heraldo, y la Última Página, de Cromos. Su legado es grande. Incursionó en el cuento, la crónica, el reportaje, la novela, el ensayo, el poema, la carta. En cada letra dejó el alma. Escribía como una necesidad, una necesidad para vivir, para existir. Le escribió al amor, a la vida, a la muerte, a Dios, a la guerra, a él mismo. Retrató, en formidables perfiles, la vida de políticos, deportistas, pintores, poetas, reinas de belleza, cantantes, periodistas.

Una de sus grandes crónicas, esas que hacen reír a todo aquel que las disfruta, causó un gran revuelo en Colombia cuando fue publicada en Cromos en mayo de 1968. La tituló Cochise, y muchos, según Daniel Samper Pizano, se dividían entre los que opinaban que Gonzalo, con su humor cruel, quiso acabar con Martín Emilio Rodríguez, el gran campeón de ciclismo colombiano, y quienes la consideraban una obra maestra de periodismo. Es una crónica estupenda. Gonzalo develó el gusto y la formación intelectual del campeón con crueldad, pero de una forma impecable. Cochise, en esa crónica, está plasmado de una forma bella. Era el Cochise de esos días, interesado exclusivamente en el ciclismo… nada más. Y ese era Gonzalo, un irreverente, ácido con su pluma.

Ahí, en esa crónica, conocí al Profeta, mientras leía el texto embelesado en una clase de periodismo. Desde entonces, no paro de leer y re leer sus escritos. Su única novela, Después del Hombre, publicada hace pocos años por Hombre Nuevo Editores, es formidable, aunque muchos la critiquen por su carga filosófica y la falta de estética. La novela es una crítica al género humano, a la guerra, al propio Dios. En ella se retrata el alma de Gonzalo Arango, un alma sola, atribulada, viviendo en un mundo lúgubre, lleno de muladares, suicidios, sepultureros que se orinan en los ataúdes de las prostitutas.
En las vivencias y pensamientos de Vidal Cruz, el personaje principal de la novela, se pinta fielmente lo que fue El Profeta en su juventud. Un hombre que no entendía cómo la humanidad no le apostaba al amor y veía con indiferencia la guerra y la muerte de hombres y mujeres. Gonzalo, como lo escribió su amigo Alberto Aguirre, tenía "una angustia vital, existencial, como esa falta de acomodo del ser en el mundo... Tener conciencia de escritor es una fiebre, una angustia. Gonzalo tenía eso".
Y el mismo Aguirre afirma que Gonzalo jamás ha muerto. “Yo quiero mucho a Gonzalo. No lo quise, lo quiero. Por eso tengo derecho a hablar mal de él. Gonzalo es para mí, para emplear la expresión de Fernando González, una presencia. Uno ha tenido muchos amigos, pero presencias, un ser que está presente dentro de uno, quizás dos, o tres”…

Así es. Gonzalo aún vive, aún está presente, aún se siente. Uno conversa con él en sus libros, en sus ideas. Gonzalo, el inmortal, es el maestro de la vida, el maestro eterno que después de cumplir 30 años de su muerte, su voz todavía retumba en la cabeza de las nuevas generaciones.